Probad a contemplar casi cualquier imagen de Hiroshi Sugimoto intentando dejar a un lado vuestros conocimientos previos: veréis como cada una de ellas es un desafío a nuestra capacidad de percepción, a las barreras que solemos utilizar a la hora de diferenciar realidad y ficción.
Tras su paso por la nueva sede de la Fundación MAPFRE en Barcelona, en la Casa Garriga y Nogués, desde hoy y hasta el 24 de septiembre podemos contemplar en la sede en Recoletos de esta institución la retrospectiva dedicada a Sugimoto que nos acerca a su producción desde una nueva lectura, subraya la carga conceptual y filosófica de su trabajo y también los hondos conocimientos de este artista en cuanto a la cultura clásica y la tradición artística de Japón, su país. De hecho, su amor por el pasado queda subrayado por el uso de técnicas tradicionales (rechaza los recursos digitales, podemos considerarlo un maestro artesano).
Nacido en Tokio en 1948, se trasladó a Nueva York en 1970; allí se formó en el Art Center College of Design y actualmente reside entre esa ciudad y Japón.
Sus series, dedicadas a paisajes marinos, cines y teatros, dioramas, esculturas budistas o a la historia natural, reflexionan sobre cuestiones fundamentales como la relación entre la fotografía y el tiempo, entre la representación y la vida y la muerte o sobre la naturaleza misteriosa e inefable de la realidad. En los últimos años han evolucionado notablemente hacia la abstracción y la plasmación de espacios ideales y de imágenes mentales, más que nítidas. En este sentido, hay que recordar que la fotografía no ha sido el único campo de trabajo del japonés, autor también de esculturas, instalaciones y diseños arquitectónicos.
En los últimos años han evolucionado notablemente hacia la abstracción y la plasmación de espacios ideales y de imágenes mentales
La exhibición que ahora ha llegado a Madrid recoge una selección de obras de cinco de las mejores series de Sugimoto, a las que se dedican las cinco secciones de la exposición, y su belleza se acentúa por el montaje y el tono gris de las paredes de las salas de Recoletos: se trata de Paisajes marinos, Retratos, Teatros, Dioramas y Campos de relámpagos, la más reciente. Todas se encuentran aún en desarrollo salvo dos: Retratos y Dioramas, que el artista dio por finalizadas en 1999 y en 2012 respectivamente.
En Paisajes marinos, serie que inició en los ochenta, representó mares en diversos lugares del mundo acercándose ya a la abstracción. Contrastan los efectos románticos y sublimes de las imágenes con sus títulos, de carácter puramente informativo o documental. Según ha expresado el propio Sugimoto, en estas fotografías quiso captar escenas que captar escenas que un hombre primitivo hubiera podido reconocer, reflexionado así sobre lo que nosotros compartimos en el presente con aquellas visiones y confiriendo a la cámara el poder de representar el sentido del tiempo.
Sus Retratos, fechados en la segunda mitad de los noventa, son fotografías de estudio de personalidades históricas moldeadas en cera. La más conocida retrata al rey Enrique VIII, pero las hay dedicadas a sus seis esposas y a figuras políticas y religiosas más recientes, como Lenin, Arafat o el papa Juan Pablo II.
Nacen de montajes muy estudiados: en su estudio, colocó las figuras de cera contra un fondo negro para dotarles de una apariencia arquetípica y engrandecida. Por su realismo, y por representar personajes muertos, son imágenes imposibles y tienen un punto siniestro.
Al fotografiar cines clásicos y autocines, Sugimoto dejó abierto el obturador de una cámara de gran formato durante la proyección en las salas de un largometraje completo; de este modo, la longitud de la proyección determina el tiempo de exposición de la cámara.
Esta sobrexposición intencionada del negativo busca la captación de la luz que se acumula en la pantalla de cine durante toda la duración de la película: el rectángulo blanco, brillante y vacío, ofrece una luminosidad que puede interpretarse como representación de la muerte.
De nuevo en Theaters está presente la plasmación del tiempo: la duración de la película se comprime en un instante, el conjunto de imágenes animadas en sucesión se hace abstracto al tiempo que concreto.
Dioramas, por su parte, consta de fotografías de pinturas de paisajes prehistóricos tomadas, la mayor parte, en el Museo de Historia Natural de Nueva York. Hablamos de imágenes de animales embalsamados y humanos primitivos que parecen engañosamente reales, de modo que Sugimoto pone en cuestión nuestra percepción de la realidad y la fiabilidad de la fotografía como prueba.
Esta de Dioramas fue la primera serie del artista y avanza algunas características y métodos que cultivaría después, como el uso creativo de las posibilidades técnicas de la cámara, la tendencia a trabajar con objetos encontrados y situaciones dadas, la mezcla de rigor conceptual y destreza técnica cercana al virtuosismo y el potencial del blanco y negro para realzar y cuestionar simultáneamente la ilusión de realidad.
Por último, en sus Campos de relámpagos encontraremos fotografías creadas sin cámara en las que se registran los efectos casi abstractos que las descargas eléctricas producen en negativos fotográficos.
Esta serie prueba el interés de Sugimoto por la ciencia y los fenómenos naturales. Él recreó esos experimentos en un cuarto oscuro, homenajeando sobre todo al científico y fotógrafo William Fox Talbot, que fue pionero en la representación fotográfica en negativo-positivo.
Nada mejor que contemplar sus trabajos atendiendo a la identificación del japonés entre el párpado y el obturador de una cámara. En sus propias palabras, la vida es una larga exposición en la que tienen mayor peso que el que solemos darles el subconsciente, el sueño y el azar. En palabras de Philipp Larratt-Smith en el catálogo de la exposición, Sugimoto ha inventado una “fotografía imposible” en la que representa la doble fantasía de vivir su propia muerte y sobrevivir a ella. Y, añadimos, lo ha hecho únicamente con una “simple” cámara analógica.
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