En el interior y en el exterior del espacio madrileño Tasman Projects (Ferraz, 84), una antigua oficina bancaria reconvertida en sala de exposiciones por Fernando Panizo y Dorothy Neary con el fin de mostrar la obra de artistas insuficientemente conocidos en nuestro país, nos esperan hasta marzo los trabajos recientes de Eduardo Barco.
Se trata de pinturas, esculturas y dibujos marcados por la línea y la geometría, piezas que inevitablemente remiten a las vanguardias históricas pero que no buscan tanto homenajearlas como ofrecer una revisión analítica y contemporánea de sus postulados y de la dicotomía clásica creación-construcción (esos intereses los ha explicado el creador manchego en su libro Pensamientos lineales).
Como ha subrayado Alfonso de la Torre, comisario de la exposición, a Barco le interesa trabajar con lo mínimo del espacio, vislumbrar sombras, y sus pinturas presentan un aire de fluidez y ligereza que posibilita que las conectemos fácilmente, sin subrayar los rigores del medio, con sus sencillas esculturas de madera, elaboradas con los mínimos y precisos medios, y con sus dibujos, el escenario más claro de sus estudios, pensamientos e idas y venidas.
Tras contemplar los tableros que Barco ha dispuesto en las ventanas exteriores de la sala, que ya anticipan la geometría y sugerencia de las propuestas del interior y que han sido concebidos como proyecto efímero que haga pensar al visitante novato que algo pasa dentro, nos adentraremos en una muestra estructurada en tres espacios que el artista ha equiparado a los que habitualmente dividen un templo: atrio, nave y capilla absidial.
En el primero nos anticipa lo que veremos después: ha reunido dibujos, esculturas y una pintura en gran formato, hacia el que tiene inclinación. Estos primeros trabajos sobre papel apuntan ya al carácter procesual del conjunto de sus dibujos, con sus líneas suspendidas y borradas, un lenguaje que mantiene en ocasiones en su obra en otros formatos. También forma parte de esta primera sección un potente relieve con corte que enlaza con los tableros exteriores y que seguramente os hará pensar en Palazuelo. Ninguna de sus líneas es paralela entre sí y el corte, muy dibujístico, lo llevó a cabo con sierra.
La mayor de las esculturas expuestas en esta parte baja incluye como parte de sí misma y no como mero soporte una peana con quiebros interiores; la elaboró Barco, como todas las de esta exposición, con objetos presentes en su estudio y supone un juego de equilibrios. Él no concibe los “despojos” como materiales de los que deshacerse, sino como parte integrante de las obras acabadas y de otras posibles.
En la zona superior se han dispuesto en líneas paralelas 42 pinturas, a veces líquidas, otras muy transparentes o con mucha materia, que destacan en cualquier caso por la luz interior que desprenden y que tiene una causa clara: solo utiliza Barco una capa de pintura sobre la tela, dejando que el lienzo no solo respire sino que incorpore al resultado su luminosidad. Su trabajo directamente sobre él es rápido, lo reposado es el proceso previo de preparación y pensamiento de las piezas.
Fijaos, aquí también, en su escultura en forma de aspas: juega con una energía centrífuga y centrípeta, un doble carácter de dar y recibir, se estira y se encoge. Los colores que presenta ya los incorporaban los materiales con los que trabajó y no quiso modificarlos.
Las pinturas siguientes rompen parcialmente con las rectas y las tonalidades suaves de las anteriores, aunque supongan su continuación: son obras de laboratorio, algunas con ritmo y sentido musical y muy dispares entre ellas: unas tienden al Surrealismo, otras a la disolución de la línea o la primacía de las formas orgánicas.
La última de las pinturas presentes en esta segunda sala retoma el gran formato y está dominada por una línea diagonal limpia rodeada de dos “ensuciadas”, un aspecto común en varios trabajos de la exposición. Evocó aquí Barco el fuego, algo orgánico.
Por último, en la oficina concebida como capilla absidial se encuentran cinco grabados realizados a partir de dibujos y dominados también por distintas líneas, curvas y rectas, en torno a las que el artista afirma que podría seguir trabajando en adelante, aunque no lo haga; para él componen una especie de “estado” a partir del que evolucionar.
Encontramos, en definitiva, en “Callar/Hablar/Construir/Destruir”, pinturas muy dibujadas y algunos dibujos de aire monumental: para este artista no es tan importante el género como el trabajo con la línea y los vacíos, más lento o rápido, eso sí, en función del medio.
Le ofrecen posibilidades múltiples y le han ocupado, de forma invariable, en sus veinte años de carrera: anteriormente trabajó con bloques y arpilleras, pero ya entonces confiesa Barco que le interesaba sobre todo el corte de las mismas. Ahora los bloques son los fondos.
Cita entre sus referentes la geometría de Palazuelo y Blinky Palermo y la pintura silenciosa de Juan Gris y sus colores medidos; también a Liebenkorn y Helmut Federle, este último por su cultivo espiritual del color: blancos, negros, dorados y azules fríos. Y aunque se desenvuelva en grandes y pequeños formatos, tampoco les concede excesiva importancia: se fija en que la imagen funcione, por su potencia expresiva, en unos y otros.
Eduardo Barco. Callar Hablar Destruir Construir
Tasman Projects
c/ Ferraz, 84 Madrid
Del 4 de febrero al 15 de marzo de 2017
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