El eterno retorno de Dora García

El Museo Reina Sofía repasa su obra desde los noventa

Madrid,

No es casualidad que, a pocas semanas del cierre en el Palacio de Velázquez de la muestra que repasaba la trayectoria de Esther Ferrer, el Museo Reina Sofía explore la obra de Dora García desde los noventa: una de las líneas de su reciente programación expositiva está centrada en la performance y el próximo mes compartirá planta con García el portugués Artur Barrio, que en 2011 recibió el Premio Velázquez y que ha hecho del arte de acción uno de los ejes de su producción, junto con lo conceptual.

De la exhibición de Dora García forman parte proyectos en medios diversos (performances, dibujos y vídeos, sobre todo, también instalaciones y obras teatrales), todos los que la autora ha empleado para explorar las difusas barreras entre lo real y la ficción y las vías posibles para entender el mundo a partir del lenguaje.

Teresa Velázquez, comisaria de la muestra junto a Borja-Villel, ha explicado hoy que la obra de Dora García está atravesada por una pulsión narrativa que permea a sus trabajos videográficos, performativos y textuales, y también por referencias continuas a artistas, pensadores y escritores. Según la artista, no es necesario conocer a fondo sus aportaciones para adentrarse en la muestra, que puede entenderse en un nivel formal, pero cierto conocimiento sobre su obra sí permite disfrutar la exposición más a fondo, ser consciente de las conexiones de significado entre unos y otros trabajos (en buena medida están entrelazados; Velázquez ha hablado de una exposición tentacular) y, sobre todo, conocer los asuntos que más interesan a García; partir de ciertas claves.

Esos referentes, que se hacen muy presentes ya en la primera sala, son Lacan y su concepción del inconsciente que atraviesa cuerpos y lenguajes, y de estos últimos como elementos que agujerean lo real y enfrentan al sujeto con su vulnerabilidad; James Joyce, Kafka, Ricardo Piglia, que habla de la ficción como vía para escapar del infierno de la vida; Heidegger y Hannah Arendt u Oscar Masotta, a quien el MACBA dedica, en paralelo, otra exposición. Los trabajos del argentino los trae al presente a través de la repetición y la metaficción.

Velázquez también ha calificado esta exposición del Reina Sofía como nudo borromeo, a cuenta de la unión aquí de tres de sus preocupaciones fundamentales en esas casi tres décadas de carrera: la performance, la política y el psicoanálisis. Otro elemento fundamental a tener cuenta a la hora de acercarse a su producción es la búsqueda de voces corales o polifónicas en sus procesos, de relatos nacidos de la colectividad, o de historias heterogéneas que se mezclan. Se ha sumergido también -no solo en su propuesta para la Bienal de Venecia de 2011- en la noción de lo inadecuado, relacionándola con los estudios de Antonin Artaud, otra de sus figuras de referencia, sobre lo marginal, las vivencias desplazadas y la subjetividad disonante. El posicionamiento artístico de este artista y escritor francés, a quien el Reina Sofía dedicó una exhaustiva exposición en 2012, lo considera Dora profundamente relevante hoy. Joyce, por su parte, le interesa por su atención a la circularidad inagotable, a los textos que se reescriben en el tiempo a partir de asociaciones libres de ideas.

Dora García. Jacques Lacan Wallpaper, 2013. Colección particular, Madrid
Dora García. Jacques Lacan Wallpaper, 2013. Colección particular, Madrid

La primera sala supone ya una declaración de intenciones. Nos recibe la muestra parafraseando a Lacan, o transmitiendo inquietud o promesa a los desconocedores del legado del psiquiatra (Hay un agujero en lo real es una de sus treinta Frases de oro); presentándonos una novela, la última de Joyce, muy presente a lo largo del recorrido (la compleja Finnegans Wake, cuyo octavo capítulo fue traducido al italiano por el propio escritor con el título de Ana Livia Plurabella, personaje femenino que pudo ser trasunto de su propia mujer) y un papel pintado formado por páginas de su cuaderno de notas con anotaciones sobre Lacan y Walser o dibujos de su hijo dormido. Su color amarillento es el mismo que el de la portada del libro de Joyce: las relaciones entre las piezas son formales y de contenido, de modo que el entendedor pueda desarrollar lecturas profundas y el público general lazos que invitan a más. Completa el conjunto una traducción al inglés de Le Balcon de Jean Genet, subversiva obra teatral de contenido tan sexual como la de Joyce.

El vídeo monocanal La lección respiratoria, situado en la segunda sala, conecta con la joven Plurabella: una adolescente es enseñada a respirar por una mujer madura que la guía desde la distancia, generando una situación muy ambigua, entre la naturalidad del aprendizaje y la rareza de que sea el propio mecanismo de la vida lo enseñado. El desenlace de la pieza deja sin respiración, con ella suspendida, tanto a la niña como al espectador.

Dora García. La lección respiratoria, 2001. Colección MUSAC
Dora García. La lección respiratoria, 2001. Colección MUSAC

El espectador tendrá que detenerse también frente al relato de un sueño escrito en la pared que encuentra en Soy un juez, con implicaciones psicoanalíticas y referencias tanto a la culpabilidad derivada de una justicia que no hace honor a su nombre como a los límites de la libertad de expresión. Esta obra tiene más de veinte años, pero por su contenido es una de las que, de forma más clara, incide en la dualidad dudosa entre realidad y ficción que interesa a García.

Y frente a ella, envuelta en dibujos realizados en el suelo y sobre la pared y con origen en cuadernos de notas, encontramos la primera de las performances duracionales de la exposición, así llamadas porque serán continuas. Como dos planetas, dos performers hacen dialogar sus miradas y sus cuerpos en silencio, invitando al público a adoptar ante ellos la misma actitud contemplativa que maneja al observar una pintura.

Dora García. Vista de sala de la exposición "Dora García. Segunda vez" en el Museo Reina Sofía
Dora García. Vista de sala de la exposición “Dora García. Segunda vez” en el Museo Reina Sofía

Uno de los proyectos más sugestivos que Dora presenta en el Museo Reina Sofía es 100 obras de arte imposibles, trabajos vitales imposibles de realizar en esencia que ella trató de llevar a cabo en una versión resignada de esta pieza, desde la conciencia de su fracaso. Entre ellos, vivir la vida de otro, soñar los sueños de otro, no morir, estar con cada uno de los seres humanos, aunque solo sea un segundo, o reproducir la luz del sol. Nos invita a así a entender las obras de arte como aceptaciones del fracaso de otras obras que no pudieron ser.

Frente a esta pieza presenta la artista un vídeo de 2006 sobre la relación entre una joven mujer y un policía mayor en la Alemania del Este, un vínculo que le sirve para hablar de amor y poder, de abusos sentimentales, estableciéndose lazos entre Plurabella, la adolescente que prende a respirar bajo control y esta joven alemana. Acompaña a estos trabajos la segunda performance duracional de la exposición, en la que cobra relevancia la partitura, un elemento importante en la producción performativa de la vallisoletana aunque no tanto como para ganar al azar ni para negar la autoría de quien la ejecuta.

García ha concebido obras como esta de modo que cualquier performer pueda llevarlas a cabo; en este caso, los intérpretes también son dos, un lector y un movedor que pueden intercambiar sus roles; uno lee a Lacan y el otro realiza una tabla de movimientos, siguiendo ambos una partitura shintoma previamente dada.

Junto a estas obras queda un vídeo ligado en cierto modo a las lecturas sobre el psicoanálisis, el cuerpo, el lenguaje y el inconsciente que realiza uno de los performers anteriores. Se trata de La mayoría marginada. De Basaglia a Brasil, elaborado a partir de la lectura de un libro del mismo título en el que el autor italiano aboga por eliminar el concepto de peligrosidad social y por convertir los manicomios en lugares de reunión. Su revolución psiquiátrica, que favoreció la desaparición de los manicomios en Italia, se llevó a cabo desde Trieste, ciudad en la que también residió Joyce. Nuevo círculo cerrado.

No solo a psiquiatras, escritores y artistas encontramos referencias en la propuesta de García en el Reina Sofía: también a sus propios proyectos anteriores, como el que llevó a la Bienal de Venecia hace ahora siete años, “Lo inadecuado”, dedicado a los marginales que, en palabras de Erving Goffman, al hablar o moverse equivocadamente, ser torpes o desaliñados, son destructores de mundos. Se exhibe en una sala del MNCARS una parte del archivo de aquella muestra junto a mapas de la red Deligny, en torno a la relación de un niño autista con el paisaje, y un gran dibujo, Hombre que anda, de la serie Mapas del loco marginado, que evoca a Lacan y a la frase de oro que abría esta exhibición: un agujero como lo real sobre el que camina un loco. Ese agujero remite, por su forma obviamente circular, a la noción del eterno retorno de Joyce.

Precisamente el escritor es el protagonista de la siguiente sala: en Zürich un grupo de personas, la Joycean Society, lleva treinta años leyendo en común Finnegans Wake durante una hora y media cada jueves, a razón de once años por lectura, así que no han acabado la tercera ronda. Dora los ha grabado en tiempo real, con algunos cortes, y frente al vídeo encontramos en el Reina Sofía una recreación (personal de la autora) de la mesa en la que leen: Libros exhaustos. Las anotaciones y añadidos de los lectores se asemejan, curiosamente o no tanto, a los procesos que siguió Joyce al escribir esta obra (durante 17 años). Ha completado la mesa con una pizarra -que no se usa en Zürich, es cosecha propia- en la que la artista ha dibujado los signos que usaría Joyce para identificar cada personaje y algunos temas. Entre ellos, una serpiente que alude al Jardín del Edén pero también, de nuevo, a Lacan, que asoció al animal con el lenguaje.

Dora García. Eco oscuro, 2016. Colección Emilia Limia y Javier Figueroa
Dora García. Eco oscuro, 2016. Colección Emilia Limia y Javier Figueroa

En esta sala ya comienza a entrelazarse la noción de libro con la de carta, como anticipo a lo que encontraremos en la sala siguiente, prácticamente tomada por la obra en proceso Exilio, formada por cartas con esa temática que artistas invitados envían a las instituciones donde se muestra este trabajo, que inició su periplo en Tel Aviv. Las cartas se acumulan en una gran mesa, a modo de oficina de cartas muertas. Muertas o no, porque decía Lacan que todas las cartas llegan a su destino incluso cuando no llegan.

No dejéis de fijaros en las vitrinas, donde veréis falsificada una pretenciosa carta de Joyce a Ibsen (su original, escrito en noruego, no se encontró, pero sí se conserva un borrador en inglés) y dibujos como el icónico Eco oscuro, sobre los fantasmas personales. También una obra de la serie Leído con dedos de oro vinculada a Genet y a Masotta, protagonista de una gran sala en la exposición con un largometraje y tres mediometrajes que son fragmentos del anterior. Se trata de Segunda vez, uno de los proyectos más recientes de Dora y el que da título a esta muestra; en él, la figura de Masotta es el hilo conductor para que varias personas planteen cuestiones relativas a esos tres asuntos fundamentales que componen el citado nudo borromeo de la exposición: la performance, el psicoanálisis y la política.

Dora se interesó por Masotta desde 2014 y gracias a la mediación de Piglia; desde entonces ha trabajado en revisitar sus piezas, textos y proyectos procurando su actualización y desde cierto convencimiento en que, como dijo Faulkner, el pasado no está muerto y ni siquiera es pasado. Masotta, que ligó actividad intelectual y acción política, fue un autor fundamental de la vanguardia argentina gracias a happenings y antihappenings en los que convertía al público en un elemento activo. Algunos de los que desarrolló en los sesenta los ha recreado Dora (El helicóptero, El mensaje fantasma y Para inducir el espíritu de la imagen), junto a dos que no hizo y que son ficción: La Eterna y Segunda vez. Pasado y presente conectan.

La exposición no acaba aquí, continúa en dos espacios muy desconocidos del Reina Sofía que merece la pena conocer: la Sala de Protocolo y Bóvedas. En la primera presenta la performance Respiración artificial, inspirada en la novela de Piglia titulada igual, que pretende subrayar el rol performativo de la lectura y la escritura, ya apuntados en los proyectos anteriores; y en Bóvedas (oscuras, sí, pero a la artista le gustaría que no os iluminaseis con el móvil) la instalación sonora Odradek, que preparó junto al músico Jan Mech y que se basa en las anteriores investigaciones de Dora sobre lo disidente y sobre la obra de Kafka Las preocupaciones de un padre de familia.

 

“Dora García. Segunda vez”

MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS

c/ Santa Isabel, 52

Madrid

Del 18 de abril al 3 de septiembre de 2018

 

 

 

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