Este verano ha hecho una década desde que la Fundación MAPFRE presentó en Madrid, entonces en colaboración con el Centre Pompidou parisino, una gran antología de Cartier-Bresson destinada a servir como referencia a los futuros análisis que se realizaran de la obra del fotógrafo: contaba con más de quinientas instantáneas, dibujos, pinturas, filmes y documentos que probaban su vocación pictórica inicial y su posterior voluntad de acercamiento al espectador de la realidad de los más desfavorecidos. Defendía, aquella retrospectiva, que no existe un solo Cartier-Bresson, sino muchos: era posible rastrear su vinculación con la estética surrealista, su labor como fotógrafo militante y su compromiso con el Partido Comunista francés y, por último, su trabajo como reportero a raíz de la fundación de la agencia Magnum en 1947, en la que él participó. Se convertiría esta firma en pionera por permitir a sus miembros conservar los derechos sobre sus imágenes y elegir libremente los reportajes en los que trabajar, de evidente calidad.
Ahora es Barcelona la ciudad a la que la Fundación lleva la producción de este autor, llamado el ojo del siglo, con el apoyo de Bucerius Kunst Fórum y la Fondation Henri Cartier-Bresson: la exhibición “Watch! Watch! Watch!”, que hoy se ha abierto al público en KBr, incide, a través de imágenes de todas sus etapas, en su talento como observador, a la vez paciente y ágil, tras su Leica de 35 mm, y en esa evolución de su estilo más allá del concepto de “instante decisivo” por el que muchos lo recuerdan; veremos sus composiciones bajo la influencia del surrealismo y la Nueva Visión, sus poco conocidos fotorreportajes y sus últimas estampas intimistas, ligadas a su concepción casi humanista de la profesión.
Criado en una familia dedicada a la industria textil, Cartier-Bresson comenzó muy pronto a dibujar y, en tiempos de efervescencia creativa y apogeo surrealista en París, acudió a formarse al taller de André Lothe, codeándose en adelante con Breton, Louis Aragon, Salvador Dalí o Max Ernst y dejándose llevar por la atención que estos prestaban a los sueños, la fantasía y la experimentación. Tras viajar a África, en 1930, sería cuando decidió dar un giro a su trayectoria y volcarse por entero en la fotografía; también viajó a España en la República, por encargo de Vue, y durante la Guerra Civil, en 1938, realizó aquí su filme más temprano: Return to Life, sobre la atención médica dada a los soldados republicanos, y dos documentales más. Hay que subrayar que su primera exposición en nuestro país tuvo lugar tan pronto como en 1933, en el Ateneo de Madrid.
La II Guerra Mundial dejaría en él, igualmente, su huella: en 1940 fue hecho prisionero por soldados alemanes, se le envió a un campo de trabajo donde permaneció tres años y, a su salida, se unió a la Resistencia en su país: a él se le deben algunas de las primeras fotografías del París liberado y otra película sobre la salida de los internados en campos de concentración. 1947 fue un año importante en su carrera: a su participación en el arranque de Magnum se sumó su primera retrospectiva en el MoMA de Nueva York; desde entonces, y hasta los setenta, conjugaría su rol como fotorreportero internacional -que atendió a la muerte de Gandhi, el ascenso al poder de Mao, la Revolución cubana o los episodios más hostiles de la Guerra Fría- con la toma de obras de cariz más personal. De 1952 data su monografía Images à la sauvette (Imágenes a hurtadillas), que en inglés recibió el título de The Decisive Moment en alusión a su querencia por captar esos momentos previos a que todo en un movimiento cambie: un salto, un golpe de viento.
Sin abandonar la cámara, retomó entonces, en los setenta, el dibujo de sus primeros años y comenzó a distanciarse de la agencia que había contribuido a crear junto a Robert Capa, George Rodger y David “Chim” Seymour, aunque no podemos considerar esos pasos como una introspección final. El MoMA o la Bibliothèque Nationale de France le dedicaron muestras importantes en los ochenta y los 2000, y su Fundación dio sus primeros pasos antes de que falleciera, en la localidad provenzal de Montjusin, en el verano de hace veinte años.
Diversa, como dijimos, en fondo y forma, la producción de Cartier-Bresson ahora recogida en Barcelona, bajo el comisariado de Ulrich Pohlmann, parece oscilar entre la antropología y el arte y este montaje quiere concederle contexto. Todas las piezas que lo componen son copias originales de plata en gelatina pertenecientes a su fundación francesa, dado que el artista prohibió expresamente que se hicieran reproducciones de su obra después de su muerte.
El recorrido, estructurado en una decena de secciones a la vez temáticas y cronológicas, comienza con su mencionada inmersión, tímida como él era, en los círculos surrealistas, de donde parece que pudo tomar la idea de captar el azar objetivo. Sus fotos primeras presentan maniquíes, gente dormida u objetos ocultos y, no mucho más tarde, los rasgos de la Nueva Visión llegarán a su estilo, en forma de perspectivas poco comunes, fragmentación y atención a las texturas.
Cuando, en los treinta, empezó a trabajar en reportajes, lo hizo en series en lugar de en piezas individuales cuya realización tuvo que detener, en un extenso lapso, por sus nefastas experiencias bélicas, para retomarla inmediatamente después, en 1943. La divagación onírica había perdido ya sentido y se volcó Cartier en el fotoperiodismo, viajando por medio mundo y, en 1954, también a la URSS: fue el primer fotógrafo occidental en adentrarse en la Unión Soviética y su obra allí recibió fuertes críticas por no reflejar lo bastante las duras condiciones de vida de la población. Cuando, en 1962, acudió a Berlín Este y a Cuba, sí decidió plasmar dramas humanos y una omnipresente propaganda socialista.
También se desplazó el fotógrafo a Estados Unidos en los cuarenta, cuando las leyes de segregación racial no habían perdido vigencia: retrató a Luther King y Malcolm X y captó los efectos cotidianos de la discriminación sobre la población negra y manifestaciones por la igualdad (el resumen de esos viajes americanos lo recogió en el volumen America in Passing); no mucho más tarde, comenzó a interesarse por los nexos entre humanos y máquinas en un contexto laboral, en composiciones que contrastaban con las muy numerosas que dedicó a todo tipo de momentos de ocio.
Otros capítulos importantes de su carrera examinados en esta exhibición barcelonesa son sus imágenes sobre el comportamiento de las masas en acontecimientos deportivos, manifestaciones o actos políticos (aunque trató de que su obra fuese apolítica, es posible apreciar su simpatía por la rebeldía); sus fotografías callejeras, muchas centradas en la omnipresencia de la publicidad y en el consumismo, algunas en el desarrollo de la periferia de París; los retratos de escritores y artistas habitualmente inmersos en un contexto narrativo que decía mucho de ellos; o los reportajes de viaje, como los que desarrolló en Basilicata (Italia), cuando algunas personas aún residían allí en cuevas; en la Hamburgo bombardeada o en nuestras ciudades castellanas en los cincuenta.
Henri Cartier-Bresson. “Watch! Watch! Watch!”
Avenida del Litoral, 30
Madrid
Del 11 de octubre de 2024 al 26 de enero de 2025
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