Estar cerca de la gente, de un modo que implicaba no solo ver y comentar sino compartir, un toma y daca que me diera a mí también una sensación de mí mismo. Ese fue el objetivo, declarado, de Bruce Davidson al iniciar una de sus series más conocidas, la dedicada a la East 100th Street de Nueva York, pero también al desarrollar el conjunto de su producción, que podemos entender como reflejo de su filosofía humanista de la vida y de los sentimientos que sus modelos le suscitaban.
Tras su paso por Barcelona, la Fundación MAPFRE abre al público este jueves en su Sala de Bárbara de Braganza la que es la mayor retrospectiva dedicada hasta ahora al fotógrafo estadounidense: un repaso por sus cincuenta años de trabajo a través de sus series fundamentales, incluyendo las recientes Nature of Paris y Nature of Los Angeles. En el recorrido podremos apreciar su evolución estilística y formal, una evolución condicionada siempre por la plasmación de la viva emoción que le transmitían los individuos o comunidades que retrataba.
No es en absoluto una decisión inocua, por parte de Davidson, la de trabajar en series, y tampoco la de estructurar la muestra en torno a ellas: aunque sea un perfecto creador de imágenes impactantes y conmovedoras al contemplarlas individualmente, podemos considerar que la fuerza de su trabajo reside en el conjunto, que unas fotografías refuerzan a las otras a la hora de adquirir significado. La acumulación, la reiteración, nos permiten acercarnos mejor al mundo de sus protagonistas, verdadero objetivo del artista.
Davidson convivía con sus modelos hasta adquirir un grado de intimidad y confianza sin el que no podríamos entender sus fotografías, sin el que estas no se habrían producido
Y esos protagonistas rara vez (o nunca) son gente con estrella: nos encontramos ante perdedores, gentes marginales, discriminadas, niños, pandilleros…personas sin nada que perder a la hora de mostrar su emotividad. En sus primeros proyectos predominan los sujetos individuales, y desde los sesenta, las comunidades; pero con unos y otros convivía Davidson hasta adquirir un grado de intimidad y confianza sin el que no podríamos entender sus fotografías, sin el que estas ni siquiera se habrían producido.
No hay que ser ningún espectador avezado para apreciar, en el blanco y negro de sus fotos, el cariño que profesó y que recibió de los Wall, un matrimonio que lo acogió mientras hacía el servicio militar en Arizona. Sus retratos transmiten melancolía y delicadeza, cotidianidad y plácida monotonía. También llegamos a advertir su ternura por Madame Margaret Fouché, viuda de Montmartre a quien retrató en su atestado apartamento parisino en 1956, y por un enano circense a quien fotografió siempre solo, y dotándolo de gran dignidad, en repetidas ocasiones en 1958, aunque su relación fue más allá.
Un año después, y también tras ganarse su confianza, nos mostró las virtudes y miserias de las bandas juveniles de Brooklyn en imágenes llenas de tensión emocional, una gestualidad casi expresionista. Su interés por la juventud también quedó patente en algunos retratos que realizó en 1960 en Inglaterra y Escocia, subrayando las diferencias sociales en un país que aún tenía reciente la II Guerra Mundial.
De vuelta a Estados Unidos, una beca Guggenheim y un encargo de The New York Times lo embarcaron en los Viajes por la Juventud de quienes luchaban por los derechos civiles, y desde entonces nada en su obra volvió a ser igual: su compromiso, evidente desde sus comienzos, se acrecentó. Con enorme inmediatez supo captar el sufrimiento y la rabia, el comienzo de un tiempo de cambio. Probablemente estos sean sus trabajos más próximos al fotoperiodismo.
Después llegarían sus años de viajes fotografiando paisajes y realidades sociales de Italia, México, Los Ángeles, Gales y España, y sobre todo la citada serie Calle 100 Este (1966-1968), que se expondría en el MoMA al poco de finalizarse y que nos sumerge en el gueto que era entonces el llamado Spanish Harlem. No es posible obtener del proyecto lecturas moralizantes ni llamadas, al menos pretendidamente, a la emoción: nos encontramos ante acercamientos empáticos a quienes la sociedad quería convertir en invisibles.
Esa misma empatía se aprecia en sus retratos de los clientes de la Cafetería Garden (1973-1976), gentes bien conocedoras del dolor a quienes Davidson se supo ganar para fotografiarlos sin pose alguna, y de los viajeros del claustrofóbico metro neoyorquino (1980).
Aunque no podamos circunscribir su obra a estilos concretos, sí podemos referirnos a la mirada ágil e intuitiva que dejan traslucir sus series iniciales, realizadas con Leica, y al enfoque más pausado y performativo que se hace patente en su obra desde los sesenta. Respecto a sus influencias, podemos citar a Eugene Smith por su compromiso con los temas, a Robert Frank y Cartier-Bresson. Como ha subrayado Carlos Gollonet, comisario de la muestra, Davidson se convirtió, precisamente en esa década de los setenta, en uno de los más influyentes fotógrafos documentales americanos, pues en su obra quedaron reflejados los principales acontecimientos de la historia social de su país desde mediados del siglo pasado, aunque, por sus intenciones, sus obras trascendiesen, con mucho, el valor del documento. A diferencia de Walker Evans, buscó anular las distancias con sus modelos, y por su compromiso social, por su voluntad de contribuir a transformar realidades con su cámara, podemos emparentarlo más estrechamente con Lewis Hine, a quien la Fundación MAPFRE también ha dedicado una antología.
Los múltiples reportajes que realizó por encargo para prestigiosas revistas, de edición muy cuidada y algunas presentes en vitrinas en esta muestra, son remarcables pero no constituyen sus trabajos más interesantes; el propio Davidson los consideraba obras comerciales, de supervivencia. De hecho, cuando visitó España para fotografiar el rodaje del filme Mando perdido, sus mejores imágenes no son las que realizó sobre la película sino las que llevó a cabo en el popular barrio almeriense de La Chanca.
Y en cuanto pudo abandonó esos proyectos comerciales: llegó a rechazar un contrato con LIFE, que podía manipular sus fotografías, y optó por unirse a Magnum, buscando preservar su independencia y también desenvolverse en un ambiente de mayor camaradería y libertad. Además, la agencia le permitía conservar los derechos de su obra.
Tras su paso por la Fundación MAPFRE, la exposición itinerará íntegra a CAMERA, el Centro Italiano para la Fotografía de Turín, el Nederlands Museum de Rotterdam y la Sala Rekalde bilbaína.
Su periplo culminará en 2018.
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