Para Bernardí Roig, mirar, abrir los ojos y apartar el ramaje es un acto heroico que se paga; que se paga con la cabeza, en la que puede haber peligro de boquete.
El artista presenta, hasta el próximo 24 de julio en la Sala Alcalá 31, una retrospectiva formada por una veintena de piezas fechadas en las dos últimas décadas y por un proyecto reciente que se presenta al público por primera vez: Naufragio del rostro.
Bajo el comisariado de Fernando Castro Flórez, la muestra se ha plantado como traslación al espacio expositivo del interior de la cabeza del artista, como proyección física de sus ideas, a las que aquí se ha dado luz y, a veces, movimiento. Roig ha explicado que entiende sus creaciones, y el arte en general, como plasmaciones de deseos que insultan a la realidad, como espejos que reflejan un rostro que arde (el nuestro).
Con el fin de que apreciemos el carácter multidisciplinar de la producción del artista mallorquín, en Alcalá 31 no se exhiben únicamente sus esculturas, sino también vídeos, dibujos, instalaciones y fotografías que podemos interpretar en su conjunto como obra única gracias a la luz suave que comparten.
La exhibición lleva por título precisamente “Cuidado con la cabeza”, como llamada de atención sobre lo que sucede en nuestras mentes, que es todo, en realidad. Castro Flórez ha definido nuestras cabezas, parafraseando a Bernhard, como espacios de la catástrofe.
LA METAMORFOSIS DE ROIG
El hilo conductor de las obras es el asunto de la metamorfosis, muy frecuentemente abordado por Roig a lo largo de su carrera a través del episodio mitológico del trágico encuentro entre Diana y Acteón y la conversión de este en ciervo. Hacemos memoria: Diana, diosa de la cabeza, recorría bosques acompañada de sus ninfas, tomando baños ocasionales a orillas de los ríos siempre con gran pudor para no ser descubiertas estando desnudas. Acteón, que pertenecía a la familia real tebana, las encontró mientras cazaba y se quedó contemplando la belleza de la diosa. Al sentirse vigilada, esta lo castigó con dureza convirtiéndolo en ciervo, sin habla por tanto para poder contar lo visto, y dirigiendo contra él a los perros de la propia jauría de Acteón. Los animales después buscaron a su amo sin poder hallarlo hasta adentrarse en la cueva de Quirón, quien, para consolarlos, modeló una escultura con su imagen.
Los trabajos que presenta aquí Roig no ilustran el mito sino que nos sitúan en la mitad de su relato y hacen referencia a la cuestión de la mirada y el deseo, la obsesión humana por el erotismo y el consiguiente afán voyeur. El artista entiende que Acteón, al querer ver demasiado, condujo su atracción erótica hacia lo divino, y tuvo que correr con las consecuencias, esas con las que el título de la exhibición nos invita a tener cuidado.
La muestra se despliega también en la fachada: allí un enorme rótulo nos recuerda el lema de Cuidado con la cabeza que evoca a ese hombre, presente en buena parte de las propuestas de Roig desde hace años, que decidió arrancarse los ojos para escapar a los desmanes del deseo. Como él dice, “la cabeza de un pintor tiene ya desde el primer pensamiento artístico una forma, y esa forma es la que le dominará y a la que se someterá toda su vida. Aunque aparentemente a lo largo y ancho de su transcurrir cambie de aspecto (…) Esa forma determinará toda relación con el mundo, y así, lentamente, le irá aplastando a uno la cabeza”.
Los recursos plásticos que emplea Roig para dar cuenta de esa forma que le obsesiona son muy diversos, y también recurrentes, y entre ellos hay que citar los neones, presentes por ejemplo en su particular interpretación del buey desollado de Rembrandt, como si fuesen sus vísceras, o rodeando el trasiego carnal de un fauno y una cabra, o formando parte del cuerpo del centauro Quirón bajo el látigo que maneja Klossowski en Au hasard Balthazar de Robert Bresson. También en una de las piezas más recientes, Germania (2015), en la que apellidos de políticos nazis se mezclan con los nombres de grandes músicos alemanes en alusión a la imposible separación estricta entre el horror y la belleza.
En un último apartado de la planta baja de Alcalá 31 asistimos a la recreación simbólica del arrepentimiento de Diana; en una escultura dejando a un Acteón ya ciervo cumplir sus deseos sexuales y en la reedición de escenas encadenadas de Gritos y susurros de Ingmar Bergman mutilando metafóricamente sus genitales como vía hacia la negación del placer. La voluptuosidad está relacionada con la ruina, dijo Bataille.
El asunto del paso del tiempo y nuestra progresiva conversión en el cadáver que seremos lo aborda Roig en la extensa serie fotográfica Naufragio del rostro: autorretratos que llevó a cabo durante un año, con el pelo cada vez más largo y descuidado buscando acercarse a una apariencia de monstruosidad (la metamorfosis que a todos nos causa Cronos).
En la planta superior nos espera la comentada serie Poet, para la que retrató a distintas figuras de la esfera artística, como dijera @museoenfurecido en twitter, como si fueran la chica de la curva; vestidos con una sábana en la que estaba escrita la palabra Poet. Se trata, como explica en el catálogo Castro Flórez, de “manifestaciones de la pulsión enrarecida del que está solo”, del hombre cuya mirada ya no genera imágenes y relatos.
NUESTRO DOBLE FANTÁSTICO, EN EL METRO
Hay más: en el pozo de respiración forzada del Metro madrileño entre Alcalá y la Gran Vía se ha situado la obra Practices to suck the dark, un monumento que conmemora el espacio donde se recoge nuestro aliento y, en palabras de Bernardí Roig, “se almacenan nuestras inseguridades”. Una figura a escala humana con las manos atadas a la espalda intenta lamer la oscuridad que la rodea. Se trata, dice Roig, de nuestro doble fantástico, que nos obliga a mirar hacia abajo y “reconocernos en las entrañas de lo reprimido”.
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