Las fotografías y vídeos de la barcelonesa Anna Malagrida son profundamente contemporáneos por no ceñirse a lenguajes definidos y, a su vez, se mueven en una dicotomía poética entre opuestos: interiores y exteriores, oscuridad y sombra, representación y realidad, ocultamiento y transparencia. Son sus recursos para plantear los reflexiones sobre los límites de lo visible, la parcialidad de nuestra percepción de lo real y la relación entre la fotografía y el mundo actual.
Tras recibir el pasado 20 de enero el Premio “Carte Blanche PMU”, que le permitirá exponer en el Centre Pompidou del 28 de septiembre al 17 de octubre, la artista presenta una retrospectiva de su trabajo en el Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa.
Incidiendo en ese interés de la artista por lo que se nos hace visible y lo que no, la muestra lleva por título “(In)visibilidad”, y permanecerá abierta hasta el 3 de julio. Consta de sesenta fotografías acompañadas de videoinstalaciones, realizadas todas desde el año 2000, que nos presentan espacios poéticos o inquietantes que nunca se nos revelan del todo, dejando espacio al enigma: escaparates cerrados, vistas casi cegadas por el exceso de luz, ventanas que desvelan, medio ocultan o impiden ver; restos ya apenas perceptibles en los muros de la ciudad tras ser borrados o demolidos, etc.
Entre las piezas expuestas, podemos destacar el proyecto Barrio Chino (La ville aveugle, 2003), realizado en colaboración con Mathieu Pernot, dedicado a muros medianeros de viviendas que fueron demolidas durante una rehabilitación urbanística en Barcelona.
La ventana como pintura que ofrece nuevas visiones, y que cuando está encalada no permite la representación
En París, entre 2008 y 2009, fotografió Escaparates, una serie dedicada a tiendas ya cerradas o transformadas. Utilizó la pintura de tono Blanco de España, que se emplea habitualmente para cegar escaparates, en pinturas abstractas que aluden a la crisis económica que entonces comenzaba. En la misma línea, el vídeo Limpiador de cristales, que realizó desde el interior de una galería, nos muestra la acción de un limpiador que trabaja desde la calle. Su gesto de enjabonar el escaparate puede remitir al acto de pintar y nos desvela el proceso de formación y transformación de una imagen.
Por su parte, en la instalación de vídeo Frontera (2009) Malagrida nos sitúa frente a un plano fijo de un paisaje primaveral que es invadido de forma repentina por un humo rojo. Grabó la escena en un punto en la línea de la frontera entre Francia y España, en el Pirineo, de modo que ese humo funciona como una metáfora que reintroduce la memoria del lugar relativa a sus conflictos pasados.
Point de vue (2006) es una serie que documenta las últimas vistas desde las ventanas de un centro de vacaciones justo antes de ser derribado. Se trata de fotografías documentales que resultan, a la vez, deliberadamente pictóricas, y que también nos invitan a pensar en las implicaciones políticas de un paisaje y en la memoria subjetiva vinculada a él.
En Vistas Veladas y Danza de mujer (2007), dos proyectos que llevó a cabo en Jordania, se sirve de la oposición de luz y oscuridad para suscitar distintas reflexiones. La primera la realizó en Amán, desde los grandes ventanales de algunos hoteles de lujo que dominan la ciudad (ventana como pintura que ofrece nuevas visiones, y que cuando está encalada no permite la representación), y la segunda es una videoinstalación que reproduce el interior de un refugio del desierto jordano.
Por último, en la serie Interiores (2000-2002) y en la videoinstalación Casablanca (2008), Anna Malagrida aborda la ciudad a través de las historias de sus habitantes, de su intimidad, que sugiere sin llegar a mostrarla, generando en el espectador el afán de seguir mirando para completar una trama, de convertirse en voyeur.
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