Este primer trimestre del año, la Galería Fernández-Braso lo está dedicando íntegramente a la figura de Alfredo Alcain, un pintor que ha hecho de la reinvención su sello y que ha sabido analizar, con humor y exhaustividad, la pintura de los grandes, de Giotto a Velázquez, de Zurbarán a Gris, a la hora de gestar un estilo particular, a veces a medio camino entre lo castizo y lo vanguardista. La geometría es una constante en su obra actual, tanto como en su momento lo fue el cultivo del bodegón, del dibujo prácticamente automático, más psicoanalítico que surrealista, o el uso del Petit-point, que utilizó para lograr reproducciones populares… de Cézanne.
Hasta hace una semana, pudimos ver en esta sala una selección de autorretratos fechados a lo largo de su trayectoria, entre 1954 y 2018, obras donde se hacía muy evidente esa voluntad de Alcain de cuestionar constantemente su pintura, tomando conciencia de sus derivas. Es la necesidad de introspección, de examen, lo que explica el volumen de esos autorretratos y en ellos debemos prestar atención a sus manos: él se la ha dado por ser su medio de trabajo, manos que dibujan.
Desde hoy, lo que nos espera en Fernández-Braso es un repaso a sus trabajos más recientes: los realizados entre 2016 y 2018, tras su anterior muestra en esta misma galería. Coloristas y vibrantes, marcados por la geometría (libre y no rigurosa) y por el juego fantasioso con las formas de los soportes y con las tonalidades vivas, comparten con buena parte de su producción anterior la resolución de su factura, porque no se fía Alcain de las evoluciones trepidantes que rompen esencias: Yo no me creo mucho, o no me creo nada, a los que a lo largo de su trayectoria cambian mucho su forma de pintar, porque la forma de pintar tiene mucho que ver con la forma de ser. Y la pintura tiene mucho de destilación de la forma de ser. Él transitó de la figuración de sus bodegones primeros al esquematismo y la depuración, hasta quedarse con los elementos esenciales de su medio: líneas, manchas y color vertebrados con pulcritud pero sin pretensiones.
Sigue habiendo en estos trabajos sencillez y un intencionado alejamiento de lo grandilocuente: la demostración de que la pintura, la suya y el mismo género, no necesita pretextos para desplegar su solidez, solo líneas, ingenio, color y una mirada abierta y desprejuiciada a la tradición.
El pintor ha explicado más de una vez su procedimiento de trabajo, ni rápido ni lento: manchar el lienzo hasta llenarlo, empezando por la parte superior izquierda hasta acabarlo. A veces plasma sus ideas iniciales en espirales que luego desdibuja, ocultándolas con pintura como quien cubre con piel un esqueleto. Unas y otras pinturas se alimentan entre sí en una cadena que avanza hacia la sencillez.
“Alfredo Alcain. Pinturas, 2016-2018”
c/ Villanueva, 30
Madrid
Del 14 de febrero al 16 de marzo de 2018
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Una respuesta a “La muda de piel de Alfredo Alcain”
Carlos Greus
Estuve el otro día viendo la exposición. En mi opinión, es una muy floja exposición de un pintor menor .