El futuro, al que se dedicará la próxima edición de ARCO, es una conjetura, pero en el presente podemos dar por hecho que nuestra percepción del tiempo está vinculada a lo narrativo y, por extensión, a la ficción, porque asimilar el tiempo y su transcurso implica la necesidad o la posibilidad de representarlo, de articular relatos a partir de él.
Por eso la exposición, comisariada por Cristina Anglada, que mañana se abre al público en CentroCentro lleva por título “Adverbios temporales”: los quince artistas, jóvenes pero consolidados, que participan en ella presentan trabajos – en formatos diversos aunque predomine el videoarte – en los que articulan sus reflexiones sobre las relaciones entre tiempo y narración en el momento actual, si no crítico, cuanto menos sospechoso.
Parece un asunto sencillo, pero cuando esas narraciones las recibimos a través de la tecnología al menos en la misma medida que por vías convencionales, no parece aventurado pensar que nuestra experiencia y nuestra percepción del tiempo hayan cambiado en las últimas décadas: Google y los discos duros pueden devolver el pasado al presente en segundos, pero no ocurre lo mismo con las sensaciones, el antiguo filtro, seguramente, de lo que deseábamos o no recordar. Y es posible que el afán por consumir, la caducidad temprana de casi todo o los ritmos laborales difíciles de tolerar nos hayan conducido en la misma dirección. Sabemos lo que es el presentismo y el deseo de acumular, pero puede que, dentro de no mucho, el demorarse o el conservar nos parezcan costumbres exóticas.
La muestra plantea un recorrido circular y sensorial por nuestras formas actuales de abordar el tiempo, de entenderlo y percibirlo, a medio camino entre la nostalgia hacia pasados que parecían más fáciles y la imaginación de un futuro en el que parece inevitable que ganen presencia la inteligencia artificial, la nanotecnología y la ingeniería genética.
LAS MANOS QUE MECEN EL TIEMPO
Julian Charrière hace referencia a la falsa y casi divina sensación de omnipotencia que concede la tecnología y subraya las relaciones próximas entre ciencia y ciencia ficción en la instalación sonora On the Edge, que se nutre de fragmentos de cuentas atrás escuchadas en películas de ese género y en ensayos científicos históricos. Las escuchamos escogidas y distorsionadas aleatoriamente por un algoritmo basado en la espiral Fibonacci que tanto inspiró a Merz, y el resultado es un paisaje sonoro cambiante en el que esos números recitados son nuestro único estímulo en el espacio. Nos invitan a esperar un desenlace del que no sabemos, en realidad, nada.
Uno de los elementos más presentes en “Adverbios temporales” es la mano, ejerciendo funciones de medida del espacio, de la dureza material y, claro, también del tiempo. Es un elemento fundamental, por ejemplo, de la instalación Not with a Bang de Jacopo Miliani, cuyo punto de partida fue el relato corto llamado igual obra de Howard Fast. En él, un hombre encuentra una enorme mano en el horizonte con la capacidad de anular el sol y hacer reinar el frío moviendo los dedos. El artista ha tomado tres fragmentos de esa historia y ha desplegado su visión de los mismos sobre tres alfombras: elementos cotidianos que aquí, sin embargo, acogen ficciones. En ellas, tres manos de resina se abren y cierran sobre objetos de formas redondas, suspendidas en un tiempo detenido que el espectador puede interpretar como pasado o futuro.
Pasados y futuros también son los elementos de conocimiento que Camille Henrot despliega en el audiovisual, enciclopédico y globalizador, Grosse Fatigue: un vídeo que realizó durante una residencia en el Smithsonian en el que se enlazan sin pausa lo subjetivo y lo universal, lo humano y lo animal, la naturaleza y la tecnología, en una representación rápida y frustrante de todo lo que el mundo pone a nuestro alcance solo relativamente, porque precisamente su riqueza y abundancia causan que no podamos aprehenderlo.
Todo ello, superpuesto e híbrido, se despliega sobre la pantalla de un ordenador, saturando nuestro ojo. Este vídeo tiene algo de gran vanitas de nuestros días, y contrasta claramente en su enfoque con la propuesta de Melodie Mousset: Limits are only ornaments to your infinite goodness. A partir de algunos de sus proyectos recientes y fusionando lo físico y lo virtual, ha buscado conceder al espectador la oportunidad de teletransportarse a otro lugar donde casi todo puede ser creado a partir del movimiento de las manos, de nuevo poderosas, como en la obra de Miliani.
También a medio camino entre lo físico y lo digital transita Cécile B. Evans en How happy a thing can be, una obra audiovisual en la que nos acerca a una posible conversación entre unas tijeras, un destornillador y un peine. Es una de las piezas más originales de la exposición: tras ser abandonados por sus poseedores, estos objetos padecen problemas nerviosos y acaban deprimidos y bebidos entre la basura. Puede que sea una de las obras donde, de forma más incisiva, ha explorado Evans los nexos entre las emociones y la tecnología y las mutuas influencias entre el ser humano y sus posesiones de uso diario.
LA FICCIÓN, LO OTRO Y LO NUESTRO
Con la ciencia ficción y la noción de alteridad trabajó Serafín Álvarez en la obra que ahora exhibe en Generación 2018 en La Casa Encendida y de ellas se sirve en su trabajó aquí: A full empty. Se trata de un vídeo desarrollado con tecnologías de videojuego que nos sitúa ante un paisaje incierto e inquietante del que, en principio, no tenemos referencias. Poco a poco, distinguimos su vegetación, sus ríos y también restos humanos desperdigados y sin uso: podemos encontrarnos ante el paisaje posterior a una catástrofe o batalla pasados de los que no sabemos nada; podría tratarse de un desastre nuclear o del advenimiento de un meteorito. La intriga es la clave y las hipótesis son posibilidades.
Una posibilidad abierta es también To whom it may concern, una escultura de Rubén Grilo formada por materiales primarios e industriales: una peana de adobe es la base de copias en plástico de una escayola para curar brazos. Sobre ella el artista ha estampado imágenes de marca, planteando las cercanías y distancias entre lo exclusivo y lo producido en masa, lo singular y lo popular; cercanías y distancias relativas a materiales y técnicas.
Shana Moulton conduce la ciencia ficción al terreno más personal: en My life as an infj, su alter ego psicodélico, la adorable e ingenua Cynthia, es sujeto y objeto de los males psicológicos de hoy en un mundo inventado pero, quizá, no distante de este: entre estupendo y absurdo, superficial, mentiroso y lleno de posibilidades.
Otra vía de tratamiento de lo ficticio en “Adverbios temporales” es la de Regina de Miguel, que la aproxima a la especulación: su Decepción es una isla con psicología propia por la que nos guía una voz en off que, a su vez, nos induce a reflexionar sobre la discriminación del sur, el antropocentrismo renovado o los problemas medioambientales.
EL RETO HERCÚLEO DE LA COMUNICACIÓN
Laure Provost, muy premiada internacionalmente por sus instalaciones y vídeos que conjugan ficción y cotidianeidad, ha traído al Palacio de Cibeles parte de su serie Metal Man, expuesta hace tres años en Haus der Kunst. Se trata de figuras de tamaño real elaboradas con varillas de hierro cuyas cabezas son pantallas televisivas en emisión continua. Su cuerpo, claro, permanece estático, pero su cabeza emite pensamientos constantes y confusos de los que podemos ser partícipes. Es frecuente en la obra de Provost encontrar referencias, desde la ironía crítica, al absurdo y los problemas de comunicación.
Con el lenguaje también se relaciona Bag, de Hanne Lippard, un proyecto que estudia la vigencia expresiva de la voz y de la comunicación verbal en general en nuestra época digital, cuestionando si es aún emocional nuestro intercambio de palabras o si pensamientos, texto y vocablo hablado discurren ya por caminos distintos. Y Nora Barón, que se define como pseudo artista y escritora fake, también ha indagado en Bam Bam Tchik! en las consecuencias de las interpretaciones equivocadas, así como Mia Goyette, que enlaza el lenguaje, la representación visual, la naturaleza, los objetos y los espacios, buscando lo que de material tienen las palabras y de inmaterial las cosas. Y lo que hay de palpable y de etéreo en las personas.
Etéreo parece Internet, pero ya artistas como Esther Pizarro han probado que nada más lejos. Nina Canell retomó en 2016 la idea en sus Breves sílabas: piezas creadas a partir de cables subterráneos o subacuáticos que aluden a la materialidad plástica de Internet; son, aunque eléctricas, esculturas que representan las bases reales de nuestras esencias inalámbricas.
Por último, Marián Garrido, participante en la última edición de los Circuitos de Artes Plásticas de la Comunidad de Madrid, lleva a CentroCentro uno de los episodios de su serie Caosmotropía: Rolling Start. Se trata de una videoinstalación en la que nos desplaza a un tiempo ucrónico y depurado (posible pero no real) para presentarnos la vida de una joven, convirtiendo en ruinas arqueológicas elementos que hoy nos son familiares. Su fuente de inspiración han sido Bey y Burroughs; ellos le llevaron a formular la idea de ¿hipotéticas? comunidades de personas que no existen fuera de Internet.
Como veis, la Red, el lenguaje y lo cotidiano son los puntos de partida básicos de estos artistas jóvenes a la hora de pensar el futuro, que es aún ficción y que, de momento, no podemos pensar sin lo que físico que nos rodea y lo invisible que nos conecta.
“Adverbios temporales”
CENTROCENTRO. PALACIO DE CIBELES
Plaza de Cibeles, 1
Madrid
Del 16 de febrero al 6 de mayo de 2018
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