La cuarta muestra que nos presenta Arthemisia en el Palacio de Gaviria (tras las centradas en Escher, Mucha y Dadaísmo y surrealismo) está dedicada a Tamara de Lempicka, pero también al contexto cultural que conoció (el Art Decó y los locos años veinte) casi a partes iguales. Se trata de una exposición inmersiva que mañana abre sus puertas y que, en palabras de su comisaria Gioia Mori, busca trasladar al público al clima de la época y al entorno en el que brotó tanto la personalidad libre y magnética de la artista como sus trabajos, a medio camino entre la admiración a las grandes figuras de la historia del arte y la ultramodernidad venerada en el periodo de entreguerras.
El título de la exposición considera a Lempicka “reina del Art Decó”, pese a que no participó en la exposición fundamental dedicada al movimiento que se presentó en París en 1925, porque Polonia, su país, envió a otros dos artistas en representación. Sin embargo, no se había terminado de desmontar aquella exhibición cuando ella ofrecía ya su primera individual en Milán, y solo habían pasado tres años desde que había participado en su única muestra hasta entonces: la Lempicka demostró ser capaz de convertirse en figura del arte internacional, por sus propios medios, en un tiempo mínimo. Y aquel fue el primero de una serie de hitos que probarían que su constancia trabajando (y sus buenas dotes relacionándose, vendiendo su obra y generando en torno a sí misma un aura de glamour difícil de igualar) serían bastantes para dar a conocer su obra, y a sí misma y su elegancia en el camino. La exposición no solo no obvia esos aspectos, sino que se recrea en ellos y subraya las personalidades con las que se codeó – Dalí entre ellos-, los ambientes privilegiados que cultivó y el mobiliario y la moda que le fueron familiares. Hablando de moda, hay que recordar que muchos aristócratas rusos se labraron un futuro en Francia dedicándose a su diseño y que la propia Lempicka fue ilustradora de revistas del ramo, como Femina.
El lenguaje de sus pinturas es el propio del Art Decó: decorativo, comprensible, eficaz y sin pretensiones intelectuales. Una “sencillez” en lo conceptual que no implica que sus obras no transmitan esencias de un tiempo: la aspiración a la vida, la libertad y el disfrute que marcó esos años sin guerras y que pronto se vio desbaratada, y también una creciente atención a la mujer y sus deseos. Pero notas evidentes la separan de los creadores decó habituales: no trabajó con formas orgánicas sino con geometrías rotundas, los colores son en su pintura más brillantes que matizados y acentuó lo lineal y la simetría.
En lo que no se distanció de ellos esta autora (polaca de origen, pero con múltiples nacionalidades por los avatares de su vida y de Europa entonces) es en que idolatró y persiguió hasta la obsesión todo lo moderno, incluida la tecnología, los nuevos lenguajes de la publicidad y, desde luego, la citada moda. Sin embargo, esa modernidad tan ansiada del Art Nouveau hoy la consideramos relativa (lo esbozamos hace algunos meses en el rebobinador), porque lo que sí dejaron a un lado estos modernistas fue la disgregación de la imagen propia de las vanguardias históricas; hay quien considera que ellos volvieron al orden antes de que emprendieran ese camino los impulsores de la Nueva Objetividad.
Como adelantábamos, además de dejarse llevar por las novedades (frescas en esa etapa de paz) en la vestimenta y en el cine, Lempicka estudió a los clásicos (confesó que Carpaccio era su pintor favorito o que le interesaban El Greco y Goya) y con algunos llegó a dialogar: en esta exposición están presentes sus interpretaciones, más temáticas que formales, de obras por todos conocidas de Francesco Hayez, Bernini, Vermeer, Miguel Ángel o Botticelli. En otras pinturas, esa influencia histórica no es obvia, pero sus desnudos de comienzos de los veinte o sus naturalezas muertas sí tienen esos claros referentes pasados, del mismo modo que sus juegos lumínicos, o sus pequeños cuadros de manos, beben de la producción de fotógrafos contemporáneos, entre ellos Kollar o Dora Maar, también presentes aquí.
Otro capítulo a no perder de vista en la exposición, a lo largo de su recorrido al completo aunque cuente con sección propia, es el del mobiliario: las salas se han decorado conforme a los principios del Art Decó -en algún caso, con obras de autores que sí participaron en la exposición parisina de 1925-. Además, se ha recreado una estancia recordando su casa ultramoderna y del todo funcional en la rue Méchain de París, en cuyas paredes quedó declinada una amplia gama de grises.
Parte de ese interés de Lempicka por los interiores pudo deberse a la influencia de su hermana, Adrianne Gorska, que fue arquitecta (se dice que la primera mujer con esa profesión en Polonia). Ella y su marido diseñaron varios cines ultramodernos del momento, con sus puertas giratorias y sus neones: los llamados Cineac (Cinéma-Actualité), también recreados en esta exposición.
Reivindicada hoy, al menos tanto por su actitud vital y su carácter libre como por su obra pictórica, a la artista se le dedicó el pasado verano un musical en Estados Unidos, poniendo de relieve que aún puede ser objeto de inspiración su vida como mujer que vivió a su manera, porque quiso y sobre todo porque pudo: podríamos decir que su situación social, económica y cultural privilegiada le favoreció tanto como su trabajo incansable y su voluntad de destacar como pintora y como celebridad.
Cuarenta prestadores internacionales han cedido obras para la muestra, y al parecer es complicado que algunos coleccionistas de Lempicka quieran hacerlo (ha contado la comisaria que Madonna no se desprende de las suyas fácilmente). En cualquier caso, esta llegada de la polaca a Madrid se produce 86 años después de que ella emprendiera, sola, un viaje por España durante un mes en 1932, tras interesarse mucho por los efectos de la proclamación de la República y por los refugiados españoles llegados entonces en Francia – a algunos los retrató-. Y a quien también retrató, no ya en nuestro país, fue a Alfonso XIII.
Quedan testimonios de que, en América, ella decía haber pintado al monarca (el más charlatán de sus modelos, aseguró), pero no se tenían, hasta ahora, noticias de ese cuadro. Durante la preparación de esta muestra, Mori lo ha encontrado: es una obra inacabada, de pequeño formato, y en Madrid se exhibe junto a otros retratos del rey, uno de Sorolla y varios del pintor cubano-español Federico Beltrán-Masses, buen amigo de Lempicka y, para muchos, precursor de ella como retratista de los divos y divas de Hollywood. En cierto modo, ella fue también diva europea.
“Tamara de Lempicka, reina del Art Decó”
c/ Arenal, 9
Madrid
Del 5 de octubre de 2018 al 26 de mayo de 2019
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