Francés de origen ruso, conocemos a Nicolas de Stäel por aunar en su trabajo figuración y abstracción cuando ambas corrientes parecían, no solo opuestas, también irreconciliables.
De origen aristocrático, la familia del pintor tuvo que exiliarse en 1919 tras la Revolución rusa y, muertos sus padres, De Staël y sus hermanas fueron criados desde 1922 por una familia belga. En 1933 y en Bruselas comenzó sus estudios de decoración y diseño en la Académie Royale des Beaux-Arts, y los de arquitectura en la Académie de Saint Gilles, para, en el verano de 1936, viajar a Marruecos. De su estancia allí se conservan muy pocas obras, pero parece que, según sabemos por las cartas que escribió, ese fue un viaje decisivo para encontrar el camino hacia un lenguaje propio. Desde entonces, junto a la que sería su esposa, Jeannine Guillou, conoció también Argelia e Italia hasta la muerte de su compañera en 1946.
Al inicio de la Segunda Guerra Mundial fue llamado a filas, pero sería pronto desmovilizado, en 1940, y se reunió entonces con Jeannine en Niza, donde coincidieron con un grupo de artistas del que formaban parte Sonia Delaunay, Alberto Magnelli y Henri Goetz. Su pintura se desarrollaría bajo la influencia de aquellos contactos y comenzó entonces a deslizarse hacia la abstracción, entonces depurada y casi sombría. En 1944 regresó a París, donde la Galerie L’Esquisse mostró por vez primera su producción en solitario y, con la mediación de la galerista Jeanne Bucher, a quien había conocido antes de la contienda, contactaría con el pintor ruso André Lanskoy, del que absorbió rasgos presentes en sus superficies texturizadas de elevada carga matérica.
A finales de la década de 1940, Stäel ya había consolidado su prestigio y su mejorada economía le permitió trabajar en un estudio más amplio. El cambio tuvo consecuencias prácticas: sus obras aumentaron de tamaño, se hicieron más luminosas y coloristas, transmitían placidez… y, en paralelo, perdieron corporeidad. Sería en 1950 cuando expuso por primera vez en Nueva York y, tres años después, firmó un contrato de exclusividad con el célebre galerista francés afincado en Estados Unidos Paul Rosenberg.
Desde aquellos primeros años cincuenta, Stäel orientaría nuevamente su pintura hacia la figuración no realista, aunque sin perder de vista sus intereses anteriores. Datan de entonces series de paisajes, de futbolistas o de bodegones en los que quedó patente que él nunca consideró la abstracción y la figuración como conceptos artísticos opuestos y defendió asimismo la posibilidad de que los fenómenos de la naturaleza pudieran ser la base de sus obras. Sus imágenes de entonces dialogan asimismo con otras disciplinas creativas, como la poesía y la música.
En sus últimos años de su vida, Staël intensificaría el ritmo de producción de obras, tanto que las presiones derivadas de la alta demanda de estas pudo tener que ver con su suicidio, en 1955, cuando vivía, en lo creativo, su mejor momento.
A partir del próximo 23 de julio, tendremos una buena ocasión de sumergirnos en su producción en el Centro Pompidou malagueño, bajo el comisariado de Christian Briend y Anne Lemonnier. El museo francés madre de este espacio exhibirá allí todas las obras de este artista en su colección; se trata de un fondo de referencia, ya iniciado en vida de Stäel y enriquecido gracias a la generosidad de este autor, que reúne sus obras más significativas e ilustra su evolución.
“Nicolás de Stäel”
Pasaje Doctor Carrillo Casaux, s/n
Muelle Uno, Puerto de Málaga
Del 23 de julio al 8 de noviembre de 2020
