Neoexpresionismo
Este movimiento surge en Alemania a finales de los años sesenta y principio de los setenta, pero adquiere su consolidación en la década posterior.
Lejos de las improntas que el minimal art había impuesto junto con otras corrientes de orden abstracto, todas las cuales valoran el concepto de la obra en detrimento de cualquier sentido de espontaneidad, el neoexpresionismo se propone retomar la figuración desde su tratamiento violento y primitivo, determinado por la pincelada y el uso de colores contrastantes, aunque conservando la disposición tradicional de la composición. Son varios los artistas del expresionismo que sirven de guía a los neoexpresionistas: Max Beckmann, James Ensor, George Grosz, Edvard Munch o Emil Nolde. Sin embargo, los Die Neue Tilden (Nuevos Salvajes), denominados así por Wolfgang Becker, poseen frente a los creadores vanguardistas un carácter aún más libre.
Crearon obras de gran formato, abordaron temáticas que podríamos calificar como descarnadas, a veces de índole sexual (el cuerpo humano está muy presente), y se sirvieron de técnicas burdas o agresivas. Aunque el recuerdo del Expresionismo no se perdió tras 1945, sí se considera que el Neoexpresionismo fue el primer movimiento de postguerra en abordar sin ambages la historia alemana, época nazi incluida. Su duración fue inversamente proporcional a su popularidad.
En Alemania, país donde se originó esta tendencia, destaca el trabajo de Georg Baselitz, Jorg Immendorff, Anselm Kiefer o A. R. Penck mientras que Sandro Chia y Francesco Clemente representan las figuras italianas más internacionales, en relación con la transvanguardia. Entre los mejores representantes americanos del neoexpresionismo se encuentran David Salle y Julian Schnabel, aunque hubo una vertiente muy particular, cargada de humor e ironía, representada por Keith Haring y Jean-Michel Basquiat.
Influido por Rembrandt, Van Gogh y El Expresionismo, Penck diseñó representaciones fantasmagóricas e irónicas de brillante coloración y figuras grotescamente distorsionadas que nos hablan de un idioma pictográfico en parte prehistórico y arquetípico, en parte de naturaleza tecnológica. Incorporó referencias autobiográficas y trató de alcanzar, a través de sus símbolos, cierta simbiosis entre lo racional y lo irracional.
Por su parte, Baselitz, tras proclamar a comienzos de los sesenta el advenimiento del “realismo patético”, realizó pinturas salvajes de estilo semirrealista expresivo, provocativas y a veces obscenas, piezas pintadas como protesta contra una abstracción imperante durante los cincuenta que, a su juicio, se había vuelto estéril y académica. Sus trabajos mantenían el tema como elemento estructural y satirizaban el orgullo y el puritanismo de los alemanes del “milagro económico”.
Más tarde se alejaría de esos primeros cuadros explosivos y comenzó a poner sus paisajes y figuras boca abajo.
Immendorf organizó actividades artísticas con Penck y buscó ir más allá de la unidimensionalidad e ideología iazquierdista de sus primeras obras neoprimitivas, sin perder fuerza polémica y compromiso crítico con la historia alemana. Combinó la narración de experiencias personales con alusiones a hechos históricos y dio cabida, en el marco de su estilo gráfico, a la exageración grotesca.
Kiefer también abordó la historia alemana reciente, entendiéndola arraigada en el mito. En 1970 inició una serie de paisajes heroicos y de obras de temas simbólicos, seguidas de estudios dedicados a Wagner, los nibelungos y Parsifal, con imaginería de un convincente patetismo. Sus telas evocan los nexos entre lo positivo y lo negativo, el bien y el mal, y están abiertas a múltiples interpretaciones. De textura densa y ejecutadas con combinaciones poco convencionales de materiales, son fruto de una concepción muy seria y reflexiva de la pintura.