Isabel Santaló e Irene M. Borrego: Ir por lo que no sabes

Este fin de semana llega a cines La visita y Un jardín secreto

Madrid,

Irene M. Borrego. La visita y un jardín secretoSi buscamos en Google el nombre de Isabel Santaló apenas encontraremos ninguna referencia anterior a este otoño y a la presentación de La visita y Un jardín secreto, el documental de Irene M. Borrego que este próximo sábado llega a cines y del que hoy vamos a hablaros. Figuran su nombre y escasas fotografías en algunos archivos, encontraremos citas de exposiciones de las que no llegamos a oír hablar y sabremos que Caballero Bonald le dedicó un texto en Cuadernos de arte, en 1958: La moral construida.

Conocía la cineasta esas reducidas fuentes al emprender este proyecto, pero también sabía que Santaló compartió en Madrid tiempo de pintura con Antonio López y otros autores de su generación y fue él quien pudo ofrecerle más datos, pinceladas. Limitadas pero fundamentales, como suele ser su manera de hablar: la pintura de Isabel era seca, de colores luminosos y formas claras, no por ello geométrica. Y se relacionaba de algún modo con su forma de ser: tenía personalidad, pero no buscaba hacerse notar; era amable, pero no se esforzaba por resultar simpática y en el tiempo en que sus artistas conocidos se preocupaban por exponer aquí, o llegar allá, no eran esas sus inquietudes; prefería volcarse en su trabajo. Expuso en una o dos ocasiones, cuenta López, su obra fue valorada y al cabo de un tiempo desapareció. Nadie pareció echarla de menos desde entonces, el presente todo lo invade, y cuando el pintor lo dice, pensando mientras habla y poniendo palabras a un misterio, los que lo escuchamos notamos frío. Alguien que amagó con quererte no tarda demasiado en volverse impasible; el columpio frena si no sigues empujándolo a su ritmo.

Borrego tenía razones poderosas para acercarse a la figura de Santaló; el suyo no fue un hallazgo artístico casual. Y en La visita y Un jardín secreto llegaremos a conocer sus motivos y a la artista, pero solo hasta donde ella nos deje; el misterio envolvió a la pintora y es un elemento esencial de la película, que desvela mucho para quien sabe intuir, pero oculta otro tanto. A quien sí nos presenta Borrego, llevándonos a su casa, es a una mujer consciente de la validez de su trabajo, que eligió ligar su vida a la creación en circunstancias que implicaban, más que atrevimiento, valentía, y que no temió a la opinión ajena ni a las dificultades materiales. Continuó, además, trabajando y mantuvo la mirada abierta cuando nadie la miraba a ella.

Irene M. Borrego. La visita y un jardín secreto

 

Con Irene M. Borrego hemos charlado, sobre el filme y sobre Isabel, y le agradecemos mucho su tiempo.

En su hora de duración, y casi sin que nos demos cuenta hasta salir del cine, La Visita y Un Jardín secreto ofrece muchas capas de lectura: la investigación personal sobre la figura casi desconocida de Isabel; un acercamiento, sobre todo a través de Antonio López, a su obra y a Isabel Santaló, artista; una aproximación a lo que podía implicar para una mujer pintar hace setenta años… Y, por momentos, surge además el suspense, por el silencio de ella y por esa puerta cerrada a la obra pasada. ¿Fuíste consciente, antes del rodaje, de esa riqueza de temas, de reflexiones, que podía aportar la película o llegaron a medida que pudiste acercarte a Isabel, durante la filmación?

Sí, tiene varias capas y esto es fruto de una realidad muy rica y también del trabajo. Toda obra artística podemos revisitarla, volver a ella y encontrar nuevos significados, aristas o nuevos puntos que nos interpelen, reflexiones en distintos ámbitos. Esto para mí era muy importante; en general en mi trabajo y en esta película en particular: que en un espacio muy pequeño y en una película con pocas coordenadas (se desarrolla en un piso; la protagonista es Isabel, que por su estado tampoco hace muchas cosas, etc), se sugirieran toda una serie de reflexiones y se compartieran toda una serie de temas con el espectador. No solo con respecto al arte, sino sobre la vida.

Esto fue fruto de todo el proceso: una parte surge durante la investigación, pensando cuáles serán los posibles temas de la película; otra durante el rodaje y hay una parte muy importante que se da en la etapa de montaje, que implica mucha reflexión y la toma de decisiones en el proceso de hacer una película. La idea era intentar llegar a un concepto que me gusta, la compleja sencillez: algo que parece muy sencillo, con pocos elementos, no por eso es simple, sino que es rico en significados, es rico en reflexiones. Si un espectador regresa, encuentra nuevos diálogos posibles con la obra.

 

Buscando en Internet información sobre Isabel hemos encontrado unas imágenes de Nicolás Muller de 1962, en el Archivo Histórico de la Comunidad de Madrid: se la ve pintando concentrada, parece que en un jardín y un taller, o enseñando algunas obras acabadas con una expresión satisfecha, pero muy contenida. Responden a la descripción que hace Antonio López, y en la película manifiesta seguridad en el valor de su obra, más allá del reconocimiento público o de que le permita vivir económicamente. Es inevitable pensar en ella como una artista “pura”, no sé si en el sentido de los primeros bohemios, pero sí de una forma muy poco común, hoy pero también en los cincuenta, los sesenta. ¿Tienes esa sensación, la de que hay algo de esencial, de radical, en la manera que ha tenido de encarar su trabajo?

Sí, efectivamente, concuerdo totalmente contigo. Creo que Isabel era una artista, como dices, pura y que realmente su mayor motivación no tenía que ver ni con el reconocimiento, ni con el éxito, ni con el dinero. Obviamente a todo artista le gustan, y se frustra cuando su trabajo no tiene una apreciación buena, o no tiene un reconocimiento, pero digamos que su motor era el arte, su propio camino y su propia búsqueda artística, el ir siempre hacia delante, mirando hacia el siguiente trabajo, mucho más que echar la vista atrás.

Sí hay algo, en cierto sentido, un poco romántico en ello, en el sentido de que vivimos en un mundo muy capitalista, muy mercantilizado y obviamente existe un mercado del arte. Pero, como sabemos, arte y mercado del arte, o arte y mundo del arte, muchas veces van de la mano pero, a veces, existen ciertas disociaciones. Creo que en su postura había algo, como dices, esencial, radical; su compromiso era con la creación y gozó de cierto reconocimiento; otra cosa es que cayó en el olvido.

Posiblemente, fruto de esta actitud que apuntas, tampoco fue una figura que se volviera en un momento dado una estrella fulgurante, porque no estuvo pendiente de modas, ni de lo que se estaba haciendo, ni de cuáles eran las expectativas de otros sobre su trabajo. Simplemente siguió su propio proceso, su propio camino y evolución como artista.

Irene M. Borrego. La visita y un jardín secreto

En la exposición de Amalia Avia ahora en Alcalá 31, Estrella de Diego llamó la atención sobre cómo se podía apreciar la evolución de su confianza como artista en su manera de firmar: primero solo utilizaba su apellido, después incorporó el nombre… En las imágenes de las obras de Isabel Santaló que hemos encontrado no parece haber firma, solo la hemos visto en una ocasión, ¿sabes si la utilizó con alguna frecuencia?
En lo que yo tengo conocimiento, ella firmaba gran parte de sus obras como Isabel Santaló. En un momento final de su vida, en que se encuentra muy frágil y apenas puede pintar porque tiene párkinson, etc, no aparece, pero en lo que tengo constancia sí firmaba, en general, con nombre y apellido.

Ocurre que no existe registro gráfico de toda su obra; como fruto de la investigación encontré imágenes y su firma está, pero la mayor parte de la obra de Isabel, en primer lugar estaba desaparecida y no en su poder; y esa obra que no estaba en su poder, y de la que logré ver unas fotografías, es incompleta, es decir, nunca he podido ver, ni aunque fuera por un registro fotográfico pobre o distintos archivos, la obra completa de Isabel. Creo que no existe constancia fotográfica de su producción en conjunto, y será difícil lograrla.

 

Hay una coincidencia, creo que muy bonita, en la película: Antonio López comenta, sobre el desconocimiento de la obra de Santaló, que las montañas grandes se ven desde lejos, pero para encontrar las pequeñas hay que acercarse. Y ella, cuando va a mostrarte cómo trabaja, en su estudio, te pide que te aproximes, porque va a enseñarte un asunto de sensibilidad y desde la puerta no lo vas a distinguir. ¿Crees que, al margen de otros factores que se apuntan en la película —el contexto social, la oposición de su entorno, la invasión del presente de la que habla Antonio López, etc.— tiene que ver con el olvido de la obra de Isabel una tendencia a mirar sin detenimiento, a dedicar la atención a lo obvio y no a lo que no sale al encuentro por el camino fácil?

Sí, efectivamente el tema de la distancia está en la película, en varios puntos. Me alegro mucho de que lo menciones porque, desde una de las capas de la película, un poco más cinematográfica y de reflexión, tiene un nivel de lectura muy importante, particularmente en el cine documental, ese tema de la distancia con aquellos a los que filmas.

Estoy totalmente de acuerdo contigo: es mucho más fácil que reparemos en lo más llamativo, más exuberante, ya sea por el tipo de obra —por sus dimensiones, por sus colores, su contundencia— o por el propio artista, si es una figura hipercarismática que donde llega lo inunda todo… que nos fijemos en esas personas más discretas, que pueden quedar más rezagadas. Esto se aplica, evidentemente, en el caso de Isabel y su obra, pero también a cualquier ámbito de la vida. Si vamos a una fiesta, nos fijamos antes en el chico o la chica guapa y elegante que en la persona que está en una esquina, pero que puede contener una enorme belleza.

En mi trabajo es un tema fundamental: me interesan aquellas figuras, aquellos personajes, que contienen una gran sabiduría o una gran belleza, pero pasan inadvertidos por una razón u otra; en el caso de Isabel, porque ha caído en el olvido. Comulgo totalmente con lo que dice Antonio de que para ver aquello tenemos que prestar más atención; para darnos cuenta de lo que no salta ante nuestros ojos o a los oídos en una primera toma de contacto hay que detenerse y atender. En este caso, hablando de cine o de pintura, pararnos a mirar.

Ha pasado, evidentemente, con Isabel también. Si su obra hubiera sido mucho más llamativa y no, como llega a puntualizar Antonio, despojada de retórica —porque no buscaba el éxito, sino que hacía la pintura que sentía o que era producto de su búsqueda— y discreta (y con ello no me refiero a una menor calidad artística, sino simplemente a una menor exuberancia), posiblemente hubiera llamado más la atención. Aunque, como digo, esto se manifieste en todos los ámbitos de la vida, es más difícil que un artista destaque si se aleja de una serie de factores, de esas personalidades apabullantes o de esa obra exuberante. Creo que, además, en el contexto actual en el que vivimos y en este tiempo contemporáneo, a mi modo de ver hay dos grandes problemas: el tiempo y la atención; somos una sociedad en la que no hay tiempo para nada y que no presta atención a nada, porque estamos sobreestimulados e hipersaturados. El no pararnos a ver lo pequeño, por muy bello que sea, es todavía más acusado hoy.

Somos una sociedad distraída, estamos perdiendo el hábito de leer; vamos con prisa y de un artículo leemos el titular y tres líneas y, a lo mejor, entender esa noticia en su complejidad implica leer todo el artículo… Así nos pasa con todo. E Isabel también ha sido víctima de esto.

Me interesan aquellas figuras que contienen una gran sabiduría o una gran belleza, pero pasan inadvertidas por una razón u otra.

Irene M. Borrego
Irene M. Borrego

Sin llegar a conocer apenas datos de ella de forma directa, sí que alcanzamos a saber de Isabel que, entre el arte y el apoyo familiar, eligió pintar; que después prefirió centrarse en su trabajo antes que buscar el éxito y que en algún momento decidió ocultar la obra que aún guardaba, dejando esas escarpias vacías, y mantuvo la puerta cerrada. La suya parece una historia de fidelidad hacia sí misma hasta las últimas consecuencias, incluso cuando se resiste a tu necesidad de saber, que suena visceral. Le repetías que querías comprenderla, ¿después del rodaje has llegado a “entender”, como buscabas?

Hay muchas cosas que ahora entiendo gracias a haber hecho esta película; una de ellas que la creación es un camino de seguir buscando, de estar abierta y de entender que cada proceso es como un salto al vacío y no saber, ir por lo que no sabes. En cuanto a mi motivación primera, que era conocer por qué esta señora, que tuvo un reconocimiento, que fue una pintora notable, ha caído en este olvido, creo que es todo muy azaroso. Y como dice Antonio, el presente borra todo lo demás. Lo que puede pasar es que esa estela (la que deja lo anterior) sea un poquito más larga, un poquito más corta, en función de la cierta relevancia que pueda tener el artista en vida, de cómo esa obra se inscribe en un tiempo, de los discursos que se generen desde otras áreas del conocimiento en torno a los contenidos o formas de determinada obra… pero es todo muy azaroso.

Y he llegado a entender o a resintonizarme con qué es lo importante y a saber que hay una pléyade de factores que influyen en que un artista tenga reconocimiento o no, que caiga más fácilmente en el olvido o no. Pero sobre todo soy muy consciente de que el presente apaga y borra todo lo demás. Suena pesimista, pero también es liberador, porque nos hace vivir el momento presente con menos angustia de futuro y mayor plenitud. Todos seremos olvidados.

Hay una pléyade de factores que influyen en que un artista tenga reconocimiento o no, que caiga más fácilmente en el olvido o no (…) El presente apaga y borra todo lo demás.

 

Supongo que te lo habrán preguntado más veces: ¿Hay algún proyecto a la vista para que el público de hoy pueda conocer la pintura de Santaló?
Sí, por fortuna puede ser que Isabel Santaló sea un caso de recuperación histórica. Desde dos instituciones museísticas quieren ver su obra; en una ha sido de una forma más directa, a raíz de la película: en el Reina Sofía quieren conocerla. Está desaparecida; lo que yo conozco de una parte importante de su cuerpo de trabajo sé dónde está, otra cosa es que no sea de fácil acceso ni estuviera en poder de ella, pero sé dónde está. Los especialistas, curadores e historiadores, van a ver su pintura y evaluarán si es pertinente intentar un proceso de recuperación, no sé si podrá adquirirse, exhibirse… pero existe el interés en verla y en evaluarla.

De manera más indirecta, no a raíz de la película, una investigadora de la Universidad Autónoma de Madrid, que también es curadora del Museo Thyssen de Málaga, como fruto de sus investigaciones vio una imagen de un cuadro que expuso Isabel en el Pabellón de España en Nueva York, si no recuerdo mal a finales de los cincuenta. A ella esa imagen le gustó mucho, se preguntó quién la había pintado, dio con Isabel Santaló y pensó que no le sonaba.

Ella era de Córdoba, como Isabel, y comenzó a estudiarlo; se le generó todavía más curiosidad. Entonces buscó, como sabes hay muy poquitas referencias de Isabel, y descubrió que alguien había hecho una película sobre ella y me contactó. Existe el deseo de que el año que viene haya una exposición colectiva en el Museo Thyssen de Málaga en la que se incluya alguna obra de Isabel; esperamos que sea posible, por esa cuestión del difícil acceso.

Irene M. Borrego. La visita y un jardín secreto

La Visita y Un Jardín secreto ha sido tu primer largometraje, ¿cómo valoras este inicio, crees que esta experiencia con Isabel dejará alguna huella en tus obras en adelante?

Huella me dejará, no sé si tanto en los resultados concretos, porque la búsqueda de Isabel como artista era su búsqueda y la mía es la mía, pero, desde luego, haberla conocido y haber hecho esta película me ha inspirado mucho. Quizá en los frutos no sea evidente, pero sí en el espíritu, por entender hondamente que todo proceso es un ir por lo que no sabes. Ese encontrarme perdida, que a lo mejor antes me generaba mucha angustia, ahora puedo asumirlo, no con una falta de rigor, pero sí con una mayor ligereza. Hay que estar abierta: los procesos creativos son mucho más de encontrar que de buscar; buscamos, pero ese es un primer impulso para ponernos en movimiento, luego hay que estar abierto y saber dialogar con lo que va apareciendo en el camino.

No me dedico a la pintura sino al cine; cada artista tiene sus propias búsquedas y temas, pero sí que creo que la película me deja grandes enseñanzas, muy de fondo, sobre cómo abordar un proceso creativo y en cuanto a resintonizarme y madurar, a plantearme qué es lo realmente importante para mí en mi propio trabajo y el porqué. Más o menos lo tenía claro, pero a veces nos despistamos por el camino; hay cantos de sirena, miedos, inseguridades… Isabel me ayudó a resituarme.

Los procesos creativos son mucho más de encontrar que de buscar.

Aparte de lo que me deja esta película en cuanto a aprendizaje como artista, también hay un gran aprendizaje vital. Me ha permitido liberarme de cargas, ser consciente de un equipaje que llevaba, que no conocía, y discernir y elegir por mí misma de una manera, también consciente, con qué comulgo y qué quiero dejar atrás. Hacer esta película ha sido una experiencia muy intensa, muy dolorosa, muy angustiosa durante mucho tiempo, por supuesto con momentos gozosos; pero en el balance ha sido una experiencia muy dura y enriquecedora. Sumamente sanadora e inspiradora.

Desde luego, dejará huella en mis próximos trabajos aunque sean muy distintos. Cada proyecto es fruto de su propia búsqueda, de sus propios temas, de encontrar su propia forma en función de ellos, pero La visita… me deja mucho.

 

Para entender el porqué de esa intensidad de la experiencia de Irene, podremos disfrutar de La visita y un jardín secreto en cines, como decíamos desde el 25 de noviembre, y también se proyectará en el Museo Reina Sofía los días 24 y 26, a las 19:00 horas. En el coloquio posterior a sus proyecciones participarán la directora, Lola Hinojosa (primera sesión) y Antonio López (segunda sesión).

 

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