RGB son las siglas en inglés de red, green, blue, modelo de color basado en la síntesis aditiva de los tres primarios y un tratamiento de la señal de vídeo, y también el título de la última muestra individual de Irene Cruz, en la que predominan esos colores y encontraremos fotografías intervenidas en distintos formatos y tres videoinstalaciones.
La presenta el Centro de Arte Tomás y Valiente hasta el 7 de febrero, pero dada la situación sanitaria y la imposibilidad del público de visitar sus salas, el espacio ofrece una visita virtual a esta propuesta, que recoge las incursiones recientes de Cruz en los diálogos entre los códigos de la fotografía y la pintura y también el proceso de documentación de sus procesos creativos y formales que lleva a cabo a través de Instagram; hay que subrayar que, en el caso de esta autora, las redes sociales no son solo un medio para la difusión de su trabajo, sino también un elemento más en la generación de sus obras, capaz de imprimir en ellas un determinado cariz estético. En los meses previos a la inauguración de “RGB” en Fuenlabrada, sus seguidores han podido atender así al manejo lumínico de las imágenes, a la inspiración aportada por sus modelos y a la vertiente narrativa de sus piezas (El suyo no es lenguaje ni simple ni mecánico, dice la comisaria Elvira Rilova).
Junto a estos trabajos, ha viajado a la localidad madrileña el trailer del último proyecto de Cruz, Anhelo, desarrollado en colaboración con el director D. Eceolaza y el músico Sebastian Pecznik, que da cuenta de la dimensión vital para Irene de la producción de “RGB”, a su vez reflejo de un 2020 extraño para todos.
En el conjunto de su producción, pero especialmente en las piezas que componen esta muestra, entiende Irene la fotografía como una manera de mirar el mundo por caminos que nunca se agotan y como un lenguaje con particularidades propias que recoge y transforma influencias y que es capaz de conceder dimensión temporal al espacio.
Como en las imágenes y vídeos que esta artista viene realizando desde hace más de una década, están presentes aquí atmósferas que evocan las cinematográficas y que conjugan poesía y misterio, diálogos entre la naturaleza y el cuerpo y sugerencias de soledad y melancolía en escenas, de luz matizada, en las que el paisaje se aborda como un todo del que formamos parte y también como una fuente de símbolos.
