Un mes después de que el IVAM valenciano abriera al público una muestra que revisa la obra de Joan Miró con la indisciplina y la experimentación como enfoque, el Centro Botín dedica otra exposición al catalán, esta centrada en sus esculturas y su proceso creativo. Puede visitarse a partir de hoy y hasta septiembre, cuenta con un centenar de esculturas, objetos y yesos, buena parte inéditos para el público y restaurados, y ha sido comisariada por Mª José Salazar, miembro de la Comisión Asesora de Artes Plásticas de la Fundación Botín, y Joan Punyet Miró, nieto del artista y uno de los responsables de la Successió Miró.
Se trata de piezas que el catalán realizó a lo largo de todas las etapas de su trayectoria (se fechan entre 1928 y 1982) y se completan en Santander con dibujos, bocetos preparatorios, fotografías de Joaquim Gomis, Planas Montanyà o Catalá-Roca, materiales originales que nos ayudarán a entender cómo trabajaba desde la concepción de la idea a su materialización y algunos vídeos en los que podremos acercarnos a los procesos de fundición del autor surrealista.
Si su pintura tiene sello poético y Miró la concibió como ejercicio de libertad, las esculturas seleccionadas para esta exposición son fruto de esa misma perspectiva; el artista describió su atracción inicial por los objetos cotidianos y por los materiales que encontraba en sus paseos por el campo como si hablara de un sentimiento amoroso: Me siento atraído por una fuerza magnética hacia un objeto, sin premeditación alguna; luego me siento atraído por otro objeto que al verse ligado al primero produce un choque poético, pasando antes por ese flechazo plástico, físico, que hace que la poesía te conmueva realmente y sin el cual no sería eficaz…
El ojo de Miró encontró lirismo en el hierro, el bronce, la madera, la pintura, las fibras de vidrio, el poliuretano o las resinas sintéticas –materiales todos presentes en las obras que exhibe el Centro Botín– y también en objetos curiosos, habitualmente de formato pequeño, que atesoró en su biblioteca y que también están aquí representados. Algunos de ellos fueron germen de posteriores esculturas mayores, como él mismo apuntó: Quiero hacer esculturas enormes. Me preparo amontonando cosas en mi estudio.
La escultura de Miró contiene una poesía más acentuada que la de sus compañeros surrealistas, pero comparte con ellos la unión inesperada de objetos sin relación aparente, obtenidos por azar. Sin embargo, su engarce no obedece del todo al automatismo inconsciente: el artista buscaba formas y después se hacía con las piezas que podían generarlas y, en el camino, daba lugar a un mundo creativo en el que podían unirse también la ironía y el misterio, los fantasmas y el divertimento. Más que a través de la selección, trabajó dejándose llevar por la imaginación y confiando en la expresividad de la poética de la construcción natural.
La mayoría de las obras que forman parte de la muestra, articulada en cinco secciones, pertenecen a la colección privada de la familia de Miró, la Fundació Miró de Barcelona y la Fundació Pilar i Joan Miró de Palma de Mallorca, pero otras han sido cedidas por instituciones nacionales e internacionales como el Museo Reina Sofía, La Caixa, el Gobierno balear, el MoMA, la Fondation Maeght o la Galerie Lelong.
Entre las piezas más significativas presentes en Santander podemos mencionar Danseuse Espagnole (1928), su escultura más temprana; los bronces de la serie Femme, que después se enriquecerían con materiales como el hueso, la piedra o el hierro; las esculturas pintadas de 1967 Femme et oiseau, Personnage o Jeune fille s’évadant o las monumentales Femme Monument (1970), Personnage y Porte I, ambas de 1974. También Souvenir de la Tour Eiffel (1977), una escultura de tres metros de altura elaborada con objetos ensamblados.
Precisamente Personnage da al visitante la bienvenida a la muestra, rodeada de esculturas tempranas de Miró, muchas pequeñas, desconocidas y frágiles, en contraste con otra gran obra próxima, Oiseau solaire (1966). A un espacio didáctico que nos acerca a sus modos de trabajo le sigue otro dedicado a sus esculturas más singulares, por su combinación de texturas o por la experimentación con objetos cotidianos (se nos presentan aquí las tres únicas piezas que se conservan, originales y completas, de los montajes que desarrollaba antes de su traslado al bronce) y en el cuarto se exhiben sus proyectos monumentales, ligeras pero potentes esculturas filiformes y un vídeo sobre el proceso de fundición de Porte I (1974), la obra que creó expresamente para que pudiera verse ese mismo año con motivo de la antológica que le brindó el Grand Palais de París.
Como epílogo, nos enseña el Centro Botín sus esculturas en colores puros, en las que dio fe de su fascinación por Gaudí y por las tonalidades de la pintura románica que le quedaba tan cercana.
Hay que retrotraerse a 1987 para recordar otra gran muestra dedicada al Miró escultor, aquella en el Museo Reina Sofía. Él se consideró ante todo pintor, pero su obra tridimensional es tan extensa y variada que no hay que temer ampliar su consideración. Quizá las clases de Francesc Galí fueron decisivas en el interés de Miró por el objeto, punto de referencia obligado en el conjunto de su obra, constantemente sometido a virajes de significado y recontextualizaciones.
Aunque, como decimos, se inició en la escultura en 1928, realizando cuadros-objeto y su primer Personnage en 1931, no fue hasta 1944 cuando, a partir de una colaboración con el ceramista Josep Llorens Artigas, reanudó esa actividad tridimensional a partir del ensamblaje de objetos encontrados que primero empleó dejándolos en su estado natural y, después, fundiéndolos en bronce, sistemáticamente desde los sesenta.
Desde un punto de vista lúdico, conectaba en estos trabajos lo insignificante con lo sagrado, concediendo un aura religiosa a personajes y objetos o, por el contrario, toques brutalistas que evidencian la fisicidad de los materiales.
“Joan Miró: Esculturas 1928-1982”
Muelle de Albareda, s/n
Jardines de Pereda
Santander
Del 20 de marzo al 2 de septiembre de 2018
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