Comienza su carrera como diseñador de vidrieras para la Catedral de Milán, trasladándose en 1562 a Viena cuando Maximiliano de Habsburgo lo llamara para convertirse en el pintor de la corte. Pero su espíritu creativo le llevo a incursionar en otras áreas realizando también vestuarios e incluso artefactos insólitos que le harían ganar una gran estima dentro de la corte. Como uno de los artistas más destacados y singulares del renacimiento, desarrolla un estilo muy propio, un manierismo con vetas de naturalismo, en sus retratos y en sus alegorías fantásticas. Compone cabezas y figuras de gran escala con frutas, plantas, animales y objetos creados por el hombre, como si se tratara de naturalezas muertas. En el siglo XX, el
surrealismo reaviva el interés por estos juegos visuales de imágenes.