Surrealismo, la magia del encuentro

Edimburgo acoge una muestra fundamental sobre el movimiento

Edimburgo,
Joan Miró. Maternité
Joan Miró. Maternité

El pasado sábado se inauguró en la Scottish National Gallery de Edimburgo la que será, probablemente, la muestra más atractiva de este verano en Escocia: “Surreal Encounters: Collecting the Marvellous”, que ha sido organizada en colaboración entre este museo, la Hamburger Kunsthalle y el Boijmans holandés y que cuenta con algunas de las obras más ingeniosas creadas por artistas del movimiento surrealista.

Proceden de cuatro colecciones privadas fundamentales: las de Edward James, Roland Penrose, Gabrielle Keiller y Ulla y Heiner Pietzsch y han sido seleccionadas para mostrar de forma didáctica de cara al público la gran variedad de los formatos y la complejidad de los juegos visuales y de significados en los que los creadores surrealistas volcaron su imaginario interior.

Otro de los objetivos de la exposición, abierta hasta el 11 de septiembre, es transmitir una imagen fresca y actual de piezas bien grabadas en la retina de todos, demostrar que es posible que hoy también pueden resultarnos de una sorprendente vanguardia el teléfono-langosta de Dalí o su sofá con la forma de los labios de Mae West, pieza esta que nos parece ya tan familiar que podríamos olvidar la atrevidísima posición que en la época implicaba exhibir unos labios en los que sentarnos. Fue considerada una obscenidad.

En la década de los veinte y en París, en las entreguerras de una ciudad que padeció las dos contiendas, Dalí, René Magritte, Man Ray, Duchamp, Leonora Carrington o Georges Hugnet, todos representados en esta muestra, volvieron su mirada al subconsciente, siguiendo los pasos de Sigmund Freud, y jugaron con los chistes y el sexo tratando de dar representación plástica a las confusísimas y deliciosas formulaciones de André Breton en su Manifiesto surrealista: sin pelos en la lengua, lo maravilloso siempre es bello, nada maravilloso es bello, de hecho, solo lo maravilloso es bello.

René Magritte. La reproduction interdite, 1937
René Magritte. La reproduction interdite, 1937

La exhibición no se estructura en secciones dedicadas a unos pocos artistas clave, ni tampoco según criterios temáticos o cronológicos, sino atendiendo a los fondos custodiados por los cuatro coleccionistas fundamentales del surrealismo a quienes hemos mencionado, poniendo de relieve la importancia de las colaboraciones entre los artistas y quienes les compraron sus trabajos; destaca el perdurable vínculo entre Edward James y Dalí y Magritte, que tuvo sus frutos, por ejemplo, en el citado teléfono-langosta, objeto cotidiano hecho absurdo e inquietante, y en La reproduction interdite del belga.

Esta pieza, una de las más enigmáticas del autor, nos muestra un doble retrato de espaldas del coleccionista; retrato imposible porque en el espejo en que se mira deberíamos encontrar su rostro y no su nuca. Puede que esta pintura quiera subrayar la dificultad del individuo de formarse una imagen correcta de sí mismo, la ardua tarea que es el autoconocimiento y el misterio de un alma que no llegamos a dilucidar (simbolizada en la cara invisible).

La muestra escocesa no muestra por separado pinturas, esculturas y diseños y junto a ellos encontramos catálogos, carteles de exposiciones de época, cartas y cuadernos.

Incluye también varios trabajos dadaístas representativos de la explosión de creatividad que aquella corriente supuso al encarnizamiento mecanizado de la I Guerra Mundial: si la búsqueda de un “orden” mundial había dado pie a semejante masacre, los creadores dadá entendieron, como sabéis, que su respuesta solo podía consistir en alumbrar belleza a través del desorden y el azar.

 

 

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