Shirley Baker quería trabajar en The Guardian, pero no tuvo suerte. O sí, porque aquel “fracaso” (no abundaban en los sesenta las reporteras gráficas en prensa) la llevó a fotografiar por cuenta propia durante seis décadas documentando la vida en las calles británicas tras la II Guerra Mundial, sobre todo la de Manchester y sus áreas suburbanas, donde se demolieron varias viviendas de protección y numerosas familias fueron desalojadas.
La suya es una fotografía documental y de carácter social, aunque no exenta de poesía y ante todo humanista: presta atención a trabajadores, mujeres y niños, a quienes retrata con empatía y también desde la compasión, resaltando la dignidad de la gente corriente pero sin caer en sentimentalismos.
La gente es la protagonista de la obra de Baker (que publicó un libro con una selección de sus imágenes cuando tenía sesenta años), y siempre en relación con ella, capta objetos y espacios.
El Museo Cerralbo, con la colaboración de la Photographers Gallery de Londres, donde esta muestra se presentó un año después de la muerte de la británica, homenajea a Baker hasta el 4 de septiembre con una exposición llamada “Mujeres, niños y hombres que dejan pasar el tiempo”. Incluye imágenes inéditas y repasa su carrera entre los sesenta y los ochenta, sobre todo el volumen de fotografías que dedicó a retratar a deshauciados de sus casas, derruidas para levantar nuevas construcciones.
Algunas comunidades trataron de resistir en sus hogares y Baker captó esas formas de resistencia alternativas.
