París era una fiesta

El arte francés del cambio de siglo, a examen en el Guggenheim

Bilbao,
Pierre Bonnard. La pequeña lavandera, 1896. © Pierre Bonnard, VEGAP, Bilbao, 2017
Pierre Bonnard. La pequeña lavandera, 1896. © Pierre Bonnard, VEGAP, Bilbao, 2017

El tránsito del s. XIX al XX en París apenas trajo un instante de paz: fue una etapa políticamente convulsa, económicamente crítica y culturalmente transformadora. El asesinato del presidente Sadi Carnot, en 1894 a manos de un anarquista; el caso Dreyfus y los problemas sociales subrayaron las diferencias entre unas y otras capas de población (privilegiados y trabajadores, burgueses y bohemios, radicales y conservadores) y aquella atmósfera turbulenta tuvo su reflejo inevitablemente en las artes plásticas, quizá por aquella teoría del reloj de cuco de El tercer hombre: la sucesión de estilos de vanguardia que tuvieron en París su epicentro fue trepidante.

La muestra que hoy abre al público el Museo Guggenheim Bilbao, “París, fin de siglo”, que se nutre sobre todo de obras prestadas por colecciones privadas europeas, examina tres de aquellas corrientes, las más próximas a 1900: neoimpresionismo, simbolismo y arte nabi. Entre las obras expuestas encontramos inevitablemente retratos descarnados de una sociedad, pero también vías de escape a aquel contexto en forma de paisajes brillantes y a veces utópicos.

Forman parte de este proyecto, comisariado por Vivien Greene, de la Solomon R. Guggenheim Foundation, más de un centenar de pinturas al óleo y al pastel, dibujos, grabados y estampas, formato este último al que se presta una atención especial dado el buen momento que conoció en la década de 1890.

No hubo innovación, en la mayoría de los casos, en los temas que fueron objeto de representación, porque tanto los paisajes como las vistas urbanas y el ocio que trajo la modernidad ya fueron el eje de las pinturas impresionistas, la revolución (como casi siempre) llegó con las formas: introspección, visiones descarnadas o fantásticas, representación desde la subjetividad y no desde el efecto del fenómeno atmosférico. Un abandono, en suma, del naturalismo, con el objetivo claro de impactar al espectador, atraer sus sentidos y generarle emociones.

Fueron coetáneos, pero poco tiene que ver entre sí la obra de Pierre Bonnard, Maurice Denis, Maximilien Luce, Odilon Redon, Paul Signac, Henri de Toulouse-Lautrec y Félix Vallotton más allá de su interés en los instantes fugaces y su voluntad por crear un arte que trascendiera su sello francés para tener capacidad de conmover a un espectador universal.

Achille Laugé. Árbol en flor, 1893. Colección particular © Achille Laugé, VEGAP, Bilbao, 2017
Achille Laugé. Árbol en flor, 1893. Colección particular © Achille Laugé, VEGAP, Bilbao, 2017

Si los neoimpresionistas yuxtapusieron pinceladas individuales para lograr el efecto visual de un cromatismo intenso y único y tuvieron en común con sus antecesores la representación del impacto de la luz sobre el color al ser refractada sobre el agua, filtrada a través del aire, o propagada a través de un campo, los simbolistas conjugaron, ya sin matices que lo suavizaran, el antinaturalismo.

El origen de esta corriente fue literario, pero fuese en textos o lienzos los simbolistas (reacios, en muchos casos, a ser catalogados así) representaron fundamentalmente alegorías, temas religiosos y motivos irreales o enigmáticos recurriendo a zonas de color plano y líneas sinuosas, no dejando espacio al dibujo despojado.

A menudo combinaron su onirismo con un lenguaje decorativo cercano al Art Nouveau y a sus arabescos y formas orgánicas. Lo legendario y lo macabro, lo espiritual y lo etéreo volvieron a escena.

Henri-Edmond Cross. El paseo o Los cipreses (La Promenade ou Les cyprès), 1897. Colección particular
Henri-Edmond Cross. El paseo o Los cipreses (La Promenade ou Les cyprès), 1897. Colección particular
Odilon Redon. Pegaso, hacia 1895-1900
Odilon Redon. Pegaso, hacia 1895-1900. Colección particular

Por último, los nabis, a quienes el Guggenheim dedica la tercera y última sala de esta exhibición, fueron los grandes impulsores del grabado en Francia en los últimos compases del s. XIX, ellos y la recordada exposición de estampas japonesas que la Escuela de Bellas Artes parisina ofreció en 1890 y Toulouse-Lautrec.

Bajo la influencia de los colores planos y los trazos sintéticos de Gauguin, los ligados a esta hermandad artística renunciaron a pintar en caballete y eligieron, además del grabado, el póster y la ilustración. Eran medios ligados al arte popular que les permitían una mayor libertad de acción y de experimentación en los procesos y que carecían de las reglas académicas que aún se asociaban a la pintura.

Sus creaciones despertaron el interés de los parisinos a pie de calle, donde se mostraban de forma efímera, hasta ser adquiridos o hasta realizarse el festejo que anunciaban, como los cafés-concierto de Montmartre. Nada fue igual en París tras 1900.

 

“Paris, fin de siècle: Signac, Redon, Toulouse-Lautrec y sus contemporáneos”

MUSEO GUGGENHEIM BILBAO

Avenida Abandoibarra, 2

48009 Bilbao

Del 12 de mayo al 17 de septiembre de 2017

 

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