Voces de Chernóbil, el horror del que ignoramos casi todo

23/12/2015

Voces de Chernóbil, el horror del que ignoramos casi todoReconocemos que no habíamos oído hablar de Svetlana Alexiévich hasta unos días antes de que le fuera concedido el Premio Nobel, cuando su nombre comenzó a sonar – a leerse, sobre todo- entre los favoritos. Nuestra primera lectura suya ha sido la única traducida en español hasta que recibió el premio, Voces de Chernóbil (tras ella han llegado, y podéis encontrarlas ya en librerías, La guerra no tiene rostro de mujer y El fin del homo sovieticus).

Al leerlas no quedan dudas de que el primer Nobel que recibe el periodismo literario ha sido para una autora que narra con tanta crudeza como sensibilidad el dolor desde testimonios personales, la intrahistoria de quienes, tras padecer situaciones trágicas hasta el borde de lo imaginable, fueron además (hablamos de las víctimas de Chernóbil) ninguneados y silenciados por las autoridades de la Unión Soviética. La suya fue la historia del horror sin catarsis posible.

Puede definirse Voces de Chernóbil como una crónica en el sentido más estricto del término, como una narración histórica ordenada en una sucesión de momentos y protagonizada por héroes cotidianos. Sus historias las preceden un conjunto de documentos extraídos de la prensa de entonces y de informes institucionales que se refieren al accidente en la central en abril del 86 y que fueron recopilados en Internet ya en la década del 2000.

Se suceden tras ellos, estructurados en tres partes, los monólogos interiores de las víctimas entrevistadas por Alexiévich, y de entre sus testimonios, que describen la incompetencia de un sistema y la desesperación de quienes esperaban la muerte propia o cercana con la elocuencia que solo pueden expresar quienes lo han padecido de manera directa, podemos destacar el primero, puede que el más revelador. Es el de Liudmila Ignatenko, que acompañó a su marido mientras agonizaba tras haber acudido como bombero a la planta nuclear después de que hubiera explotado uno de sus reactores.

Este testimonio lleva por título Una solitaria voz humana y arranca con la sorpresa que para quienes trabajaban y vivían en torno a Chernóbil supuso la explosión y termina describiendo el padecimiento de su marido en las semanas previas a su muerte, acompañado por la propia Liudmila, que, para permanecer junto a él, una persona-reactor, ocultó su embarazo: “Todo su cuerpo se cubrió de forúnculos (…) sobre la almohada se le quedaban mechones de pelo. Y todo eso lo sentía tan mío. Tan querido”. Por supuesto la niña que esperaban no sobrevivió, y ella se negó a entregar su cuerpo  para enterrarla ella misma: Vuestra ciencia fue la que se lo llevó y ahora aún quiere más.

Son completamente desgarradores –no pueden ser de otra forma- pero estos monólogos, siempre tomados en conjunto, son también, seguramente, el camino más palpable y menos susceptible de ser manipulado para conocer la historia de las víctimas de Chernóbil, pese a las dificultades de muchas para encontrar palabras que describan su experiencia y la imposibilidad, reconocida por la propia autora, de atrapar en líneas una realidad así. Quizá el único episodio de este libro en el que Alexiévich deja espacio a la subjetividad propia es una entrevista consigo misma, que nos ofrece a continuación del relato de Liudmila, en el que explica las razones que le llevaron a investigar el episodio de la central y sus principios morales.

Ahora, en lugar de las frases habituales de consuelo, el médico le dice a una mujer acerca de su marido moribundo: “No se acerque a él. No puede besarlo. Prohibido acariciarlo. Su marido ya no es un ser querido, sino un elemento que hay que desactivar”. Ante esto, hasta Shakespeare se queda mudo. Como el gran Dante. Acercarse o no, esta es la cuestión. Besar o no besar (…). Pero, ¿cómo elegir entre el amor y la muerte? ¿Entre el pasado y el ignorado presente? ¿Y quién se creerá con derecho a echar en cara a otras esposas y madres que no se quedaran junto a sus maridos e hijos? Junto a esos elementos radioactivos. En su mundo se vio alterado incluso el amor. Hasta la muerte.

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