Una letra femenina azul pálido, el diablo en los detalles

24/05/2016

Franz Werfel. Una letra femenina azul palído¡Qué atroz manía de funcionario esa de buscarle motivaciones a todo, de fundamentarlo todo! ¿No reside acaso la verdadera vida en lo imprevisto, en la inspiración del instante?

A algunos el título os atraerá y otros pensaréis que se avecina tormenta de azúcar y puede que os echéis para atrás, pero Una letra femenina azul pálido es una de las novelas más elegantes (y sí, también delicadas) que hemos leído últimamente. No es ninguna novedad, porque Franz Werfel la publicó en 1941, pero no fue redescubierta para el gran público hasta varias décadas después y Anagrama, que la publicó por primera vez en 1994 en su serie Panorama de narrativas, volvió a editarla el año pasado en una edición limitada.

Es muy breve, lo suficiente para que si sois lectores ágiles podáis leerla en un día o dos, pero tanto por su contenido como por su estilo, preciso y refinado sin deslizarse nunca hacia el engolamiento, invita a ser leída mucho más despacio.

La trama nos traslada al periodo convulso de entreguerras en Viena y su protagonista es un alto funcionario de un ministerio, Leónidas, un señor mayor (y hoy diríamos gris) casado con una bella, rica y ociosa heredera. Su vida y su mente parecen perfectamente estructuradas; nada hay, en apariencia, que implique una ruptura del orden, salvo, quizá, las diferencias entre su clase social de origen, modesta, y la de su mujer.

Las turbulencias comienzan cuando este caballero recibe la carta de letra femenina azul pálido que da título a la obra, un sobre que en principio evita abrir, con esa manía tan nuestra de intentar creer que no existe lo que se esconde, pero que, incluso sin revelar su misterio, trastoca ya por completo la vida del matrimonio e instala en la pareja (por lo demás, de relación bastante fría) la desconfianza. Esa letra sume a Leónidas en el recuerdo de un amor pasado, breve pero apasionado –al contrario que su matrimonio-, al que dio cerrojazo de forma abrupta y muy poco cortés muchos años atrás. La carta le provoca incertidumbre, culpa y una sensación de pérdida del control que hasta entonces no había conocido; y esas emociones se acentúan cuando finalmente lee a escondidas el mensaje, correctísimo, en el que aquella amante no del todo olvidada, Vera, le pide ayuda para trasladar a una escuela vienesa a un muchacho de dieciocho años del que no cita el nombre.

El funcionario teme que el chico sea su hijo, lo da prácticamente por cierto, y el tumulto emocional que esa revelación le causa es descrito con una honda profundidad psicológica y a la vez de manera contenida, en línea con la personalidad de este funcionario expuesto de repente a lo que en la sociedad de entonces, sobre todo entre los de su nueva posición, sería un auténtico terremoto.

Su preocupación y su desasosiego ocupan el grueso de esta novela, hasta llegar a un desenlace que nos desconcierta y, a la vez, nos hace pensar que no puede ser más redondo, ni la personalidad de Vera, más impresionante. Es un relato exquisito, solo posible en la madurez personal y literaria de su autor (Werfel lo escribió pasados los cincuenta), que además implica un acercamiento cauto pero exacto a las circunstancias europeas de entonces, tanto a través del contexto que rodea a Leónidas y sus alusiones al futuro o al antisemitismo, como a través de su propio sufrimiento interior, una incertidumbre que lo coloca al borde del precipicio por asuntos pasados no resueltos y que puede servir como perfecta metáfora del dilema de Europa en aquella etapa de entreguerras.

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