Maudie, el roto y el descosido

29/06/2017

Maudie, el color de la vida Pocas semanas después de que llegara a nuestros cines Paula, la revisión de Christian Schwochow de los esfuerzos de Paula Modershon-Becker por vivir de su creación, la directora irlandesa Aisling Walsh presenta una película dedicada a otra artista bastantes desconocida por estos lares que podemos considerar casi su antagonista: Maud Dowley (Sally Hawkins), una creadora autodidacta que en principio no sabía que lo era ni pretendía vivir de los pinceles. Bajo su pequeñez y su fragilidad física, causada por una artritis reumatoide, se escondía un talante firme.

Deseosa de escapar de una familia que no dejaba espacio a su libertad y que decidía por ella lo trascendental y lo anecdótico, Maudie, dulce, perseverante, sencilla y sin más ambición que la placidez, decide entrar a trabajar en casa de un pescadero huraño, primitivo en sus modales y en su pensamiento, pero más tierno de lo que está dispuesto a dejar ver (Ethan Hawke). Y con sus pasos hacia delante -callados y tímidos- y sus pasos hacia atrás, su relación va haciéndose fuerte y derivando en la tolerancia y la ternura que, hace unas cuantas décadas, bastaban para hacer posible un matrimonio.

En ese contexto, no especialmente cálido ni amable pero al menos sí pacífico, Maudie caminó muy paulatinamente hacia una mayor libertad individual y fue desplegando, primero en las paredes y luego sobre lienzo, su arte naïf: representaciones dulces y coloristas de un entorno que era frío y no muy pintoresco pero que reservaba para ella su belleza: la vida está ahí fuera, enmarcada, decía. Y llegó el éxito, de forma relativamente lenta y no pretendida, como todo lo bueno que llegó a su vida; pero lo hizo sin vuelta atrás. Su matrimonio se tambaleó, pero finalmente ni los periódicos ni el interés de Nixon pudieron con él, ni con la decisión de la pareja de seguir viviendo en su casa pequeña y aislada, manteniendo sus costumbres austeras.

Sally Hawkins y Ethan Hawke caracterizan perfectamente a esta pareja desigual y sus interpretaciones constituyen lo mejor de esta película junto al reflejo silencioso, más profundo en la gestualidad que en el guion, de sus progresos como pareja y como individuos: Maudie avanzó hacia una mayor seguridad en sí misma -sin cambiar nunca su sonrisa tímida y su mirada dulce con la cabeza gacha- y Everett Lewis, su pescadero rutinario, hacia la expresión de los propios sentimientos.

Podría haber sido un melodrama cómodo, pero el peso emocional que Aisling Walsh ha sabido conceder a los momentos cotidianos de esta pareja, la riqueza de la personalidad de los protagonistas, las dificultades de su convivencia y la contención general evitan que Maudie, el color de la vida se haya deslizado hacia el tópico.

 

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