Los Fabelman: la vida de Spielberg moldeada con una moviola

23/02/2023

Spielberg. Los FabelmanLa primera película que Spielberg recuerda haber visto en el cine, siendo muy niño (con seis años años si nos salen las cuentas), fue El mayor espectáculo del mundo, de Cecil B. DeMille. Trata sobre el ambiente del circo y se llevó dos Óscars, controvertidos, pero sería un poco atrevido decir que la disfrutó: más bien quedó hechizado por el poder de la luz, de lo oscuro y de la gran pantalla para suscitar en los espectadores (de aquellas salas gigantes que ya hemos perdido) ilusión y también terror.

A él se lo provocó contemplar entonces, al principio de los cincuenta y en una de las primeras filas, el choque de un tren y un coche que recrearía después en su casa, haciendo saltar por los aires los regalos familiares. Con ese episodio ha elegido iniciar Los Fabelman, la película en la que regresa a su infancia y juventud, seguramente con intención: en esta obra su vida comienza simbólicamente cuando conoció la experiencia cinematográfica. Desde entonces no la abandonó y, pese a algunas dudas paternas sobre la utilidad futura de esa afición, Steven se convertiría en un joven a una cámara pegado hasta que paulatinamente, y abonado al ensayo-error, descubrió todos o casi todos los secretos del medio al tiempo que avanzaba en el camino de la madurez.

Lo que propone en su última película el director es un tributo al cine sin paliativos, más como pasión que como oficio (incluso como vía de acercamiento a los demás, de superación de distancias en determinados momentos), y también un homenaje a su familia y a sus padres, que no siempre se lo pusieron fácil, no siempre se mantuvieron unidos, pero nunca -viene a decirnos- estuvieron ausentes. Es Los Fabelman una de esas obras últimas en las que ha preferido Spielberg dejar de lado la espectacularidad o los grandes relatos de aventuras que articulaba hace dos o tres décadas en favor de historias intimistas que hablan de miserias y cualidades humanas y que pueden conducir a la nostalgia; se viene manteniendo fiel a esa senda (la de Lincoln, Los archivos del Pentágono o El puente de los espías), aunque ello haya supuesto un recorte en sus audiencias.

El discurso narrativo de Los Fabelman es sencillo, la trama nos llega con transparencia y las justas elipsis, y es seguramente el viaje al pasado en sí, abordado con autenticidad y las dosis necesarias de idealización para no convertir su peli en un drama, el que logra la emoción en el espectador, una emoción que nos recuerda las primeras que a nosotros nos suscitó el cine -es posible que también llegarán de manos de Spielberg-, que conectan con las razones de que volvamos a las salas una y otra vez, y que no deben estar muy lejos de las primigenias, las que dejaban a nuestros abuelos con muchos anhelos de que el siguiente fin de semana regresara el proyeccionista porque lo habían pasado tan bien (o tan mal, igual que el Spielberg niño) que querían repetir.

Al margen de hacer suyas las simpatías del público desde la primera secuencia -que es un talento que requiere de finura y experiencia, por más que no sea, legítimamente, el más común en el nuevo cine- la película destaca por el diseño de los personajes de los padres del cineasta, interpretados por Michelle Williams y Paul Dano. A ella, pianista y fuente de la sensibilidad artística del autor, le reconoce Spielberg aquí su entrega a los hijos sacrificando una carrera que seguramente le hubiera satisfecho mucho; a él, un ingeniero brillante, su ternura y su capacidad para extraer conclusiones de la vida: es razonable pensar que su divorcio, en situación bien complicada, deshizo en él muchas creencias.

En el Spielberg cineasta que se abría camino, en el que ya moldeaba su vida con una moviola, la película resalta además dos figuras de influencia, ambas con apariciones impagables: la del misterioso tío Boris, al que primero teme pero del que aprenderá que la opción de dedicarse al arte es posible e implica valentía (esa es la razón de que lo tomen por raro y peligroso), y la de John Ford, encarnado nada menos que por David Lynch. Cierra la película en un encuentro tan breve como mágico en el que nos deja claro dónde no situar nunca el horizonte.

Spielberg. Los Fabelman

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