La doctora de Brest o el nervio de Sidse Babett Knudsen

18/11/2016

La doctora de BrestHace algo más de un año llegaba a nuestras salas La cabeza alta, un filme muy interesante de Emanuelle Bercot sobre las posibilidades de poner orden y esperanza en la vida de un chico conflictivo que lo tuvo todo en contra desde la infancia, y este viernes la directora francesa vuelve a las salas con La doctora de Brest, película también de corte social inspirada en una historia real: la de la doctora Iréne Franchon, que se enfrentó a la industria farmacéutica, a la opinión de muchos compañeros y a su propia comodidad para lograr retirar de la circulación un fármaco destinado a combatir la obesidad que causaba serios problemas cardiacos y que pudo tener relación con centenares de muertes en Francia.

La doctora de Brest entronca con el interés por la medicina y sus debates en el cine reciente francés (Un doctor en la campiña o Hipócrates son ejemplos cercanos) y necesariamente con filmes en los que individuos particulares se convierten en héroes al defender el bien común frente a los perjuicios causados por los intereses de poderosas empresas o gobiernos; estaréis pensando en Erin Brokovich, o quizá en Spotlight, Serpico, On the waterfront… Siempre han abundado los David contra Goliat y para la mayoría las historias de este tipo con buen desenlace son un bálsamo para la esperanza.

Trama épica y emocionante al margen (por conocida), lo mejor de La doctora de Brest es, sin duda, la interpretación de una Sidse Babett Knudsen muy en racha como su protagonista: ella es una actriz luminosa y llena de fuerza y un personaje con la energía y la determinación de Franchon le viene como anillo al dedo. La madurez de esta actriz danesa (que en la película nos parece tan francesa como Edith Piaf) consigue presentarnos con completa verosimilitud los claroscuros de la personalidad de su personaje: su decisión y afán de justicia y también una vehemencia que a veces avasallaba a quienes colaboraban con ella.

En el elenco de esos ayudantes hay que destacar a Benoît Magimel, un secundario de lujo que alcanza gran compenetración con Babett Knudsen.

Por lo demás, Bercot no escatima recursos para conseguir emocionarnos a veces, e involucrarnos en la lucha de Franchon otras: un ritmo por momentos trepidante que tiene su complemento en una banda sonora que discurre en paralelo, secuencias de cirugía que invitan a no miran pero que a la vez explican el terreno en que se mueve la doctora y su estado de ánimo, y otras dedicadas a la vida familiar de la protagonista, que favorecen nuestra empatía.

La doctora de Brest

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