Esa sensación. Y si somos raros, qué

17/05/2016

Esa sensación

Esa sensación todos la hemos tenido, y quien diga que no -podemos casi asegurar- miente como un bellaco. La de la rareza, la de oír o decir comentarios ilógicos o que no vienen a cuento y mirar a quien lo ha dicho como a un perro a cuadros, o sentir que te miran a ti así. O la que surge cuando una persona a quien creías conocer razonablemente bien te sorprende por completo hasta el punto de parecerte otra, o cuando desarrollas filias y fobias extrañísimas a ojos de terceros, y seguro que también a los tuyos propios antes de dejarte llevar por ellas.

Este elenco de situaciones -que nos causan risas incómodas que nacen de la identificación, más o menos cercana, más o menos metafórica- son las que se nos presentan, entrecruzadas en tres relatos, en Esa sensación, una película coral, a cargo de Juan Cavestany, Julián Génisson y Pablo Hernando, terriblemente difícil de clasificar, y ese es uno de sus mayores valores: no hay narración sino descripción; las tramas de cada historia, rodadas por separado, apenas avanzan, simplemente nos envuelven, y la protagonista del conjunto es precisamente esa sensación, el extrañamiento, común a los tres relatos, a sus personajes y a los espectadores que estamos en la sala y que, más que en espectadores, quedamos convertidos en parte de un ensayo, de una suerte de performance que integramos junto a directores, actores e historias.

El antecedente claro de Esa sensación es la estupenda Gente en sitios de Cavestany (también las anteriores Dispongo de barcos y El señor), en las que tampoco nos quedaba claro si lo raro eran las personas, los lugares, las situaciones, la combinación de todos los elementos o lo raro es todo, en general. Si hemos hecho de lo raro lo normal o de lo normal lo raro, y ya no podemos diferenciar lo uno de lo otro. O si no hay tal diferencia.

Tanto Gente en sitios como Esa sensación parecen ser la traslación a la pantalla de experimentos que no podemos calificar como de laboratorio porque pueden trasladar calidez, sobre todo a esos que alguna vez se han sentido marcianos y han dudado si el problema era suyo o de los demás. Quizás las situaciones se exageren, pero también puede que no sea el caso en absoluto, según nuestra percepción.

Tanto la mujer solitaria que encuentra excitación en el mobiliario urbano, como el padre que encuentra la fe en un momento de su vida en el que parecía difícil que apareciera, el hijo anonadado del nuevo creyente y la pandilla de amigos que se van transmitiendo el virus del comentario inconexo parecen compartir, pese a la diversidad de sus ¿anomalías?, la conciencia del vacío que probablemente todos llevemos dentro cuando no lo tapamos cada uno a nuestra manera. A los pies de nuestra seguridad, sea cual sea nuestra edad, nos espera –plantea Esa sensación– un abismo para quien tenga agallas de mirarlo.

Esa sensación es diferente a casi todo y nos inquieta hasta el desenlace, que plantea con poesía una reconciliación con nuestro lado incierto y bizarro.

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