El viajante o el arte de dirimir cuentas

17/03/2017

El viajante, Asghar FarhadiUn acto brutal que no vemos ocasiona tramas donde los no culpables dejan claro que, a su manera, ellos tampoco son del todo inocentes. Ocurre en Los exámenes de Mungiu, también en Elle, y nuevamente una violación que no se nos enseña hace tambalearse vidas estables en El viajante, la obra de Asghar Farhadi que obtuvo el Óscar a la Mejor Película Extranjera en la última edición de los premios.

Emad y Rana (Shahab Hosseini y Taraneh Alidoosti) forman una pareja sólida de actores de teatro inmersos en la preparación de La muerte de un viajante de Miller. Su personalidad y su relación se debate entre sus personalidades avanzadas y el contexto tradicional en el que se desenvuelven.

El bloque en el que viven se derrumba  -su huida de allí se nos presenta en la primera secuencia del filme- y ese es el anticipo del trauma mayor que llegará cuando acaben de instalarse en su nuevo piso: Rana abre confiadamente la puerta de su casa confiando en que es su pareja quien ha llamado al telefonillo, pero quien sube resulta ser un extraño que abusa de ella y se marcha dejando múltiples huellas.

Desde ese momento Farhadi nos guía por dos caminos: el de Emad tratando de averiguar quién la ha vejado a ella, decidida a no denunciar; y el de ambos por intentar que la situación no pueda con su unión y con la idea del mundo que manejaban hasta ese momento.

Encontrar al violador, bastante digno de lástima y lo suficientemente torpe para sembrar sus pasos de pistas, no fue demasiado difícil; lo realmente complicado para la pareja fue gestionar el dolor, controlar los deseos de violencia y de venganza, actuar de un modo que satisfaga en lo posible a los dos y que no vaya encaminado solo a restañar el orgullo del marido herido.

Ese dilema moral supone el meollo de la historia de El viajante porque, aunque determine su desenlace, se va gestando desde que ocurre el suceso trágico y mina, grieta a grieta y miedo a miedo, la relación entre Emad, quien parece guiarse por una voluntad de reparar un honor mal entendido, y Rana, que pretende sentirse protegida y olvidar, sobre todo tras conocer las circunstancias de su violador y a su familia.

La verosimilitud del final de la película, que se mueve con agilidad entre el melodrama y el thriller, puede ser cuestionable, pero en cualquier caso el mensaje de Farhadi, ese sí carne del día a día, se plantea con claridad: la pureza moral es escurridiza, también para quienes no delinquen.

Es interesante cómo la estética del filme (la humildad del segundo piso de los protagonistas y de los medios con los que disponen al actuar, las paredes resquebrajadas, los cielos siempre nublados, sus rostros serios constantemente, en los que la cámara se recrea -solo un niño les saca una sonrisa, abruptamente interrumpida-) anticipan la sordidez y la pobreza interior, muy distinta en cada caso pero pobreza, del culpable y del que se considera más agraviado que su mujer.

El viajante, Asghar Farhadi

 

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