El peral salvaje, el amateur contra el atavismo

24/09/2019

El peral salvajeSe estrenó a principios de agosto, y casi milagrosamente continúa en cines, la última obra de Nuri Bilge Ceylan, director de pelis geniales de las que siempre es, además, productor y guionista o coguionista: las más recientes son Winter Sleep, Érase una vez en Anatolia y Three Monkeys. Desde 2002 casi cuanto rueda es bien amado y reconocido en Cannes.

Su cine parece brotar y subrayar raíces que atan, las turcas, las de la tierra en un sentido literal y atávico, las familiares… y ocurre también esta vez: el protagonista de El peral salvaje es Sinan, un escritor aficionado, tímido pero muy convencido de sus capacidades literarias, que se debate entre sus aspiraciones vitales y su humilde y tozudo entorno: el de una familia que apoya y constriñe a partes iguales y una ciudad que no parece dispuesta a valorar sus letras.

Adquiere Sinan (Dogu Demirkol) el rol de héroe-antihéroe que ha de hacer frente a su contexto, y hacerse frente a sí mismo, tras haber logrado terminar los estudios que teóricamente le habilitarán para ser profesor, como su padre. El paso parece una victoria, y a ojos de todos lo es aunque no merezca las loas que él espera, pero lo que supone es el inicio de una larga serie de batallas contra el pesimismo incrustado en el ambiente, el estancamiento económico de la familia y sus propias frustraciones.

Busca Sinan medios para publicar su primera novela, llamada justamente El peral salvaje en alusión a un árbol de una tierra de sus padres (raíces, raíces), pero para lograrlos no está dispuesto a quebrar la pureza de su relato plegándose a criterios comerciales. Entretanto, se enfrenta continuamente al optimista gastador que es su padre, cuyo idealismo sin embargo ha heredado; confronta sus deseos a futuro con los de una antigua novia adolescente en una secuencia de fotografía memorable y reflexiona sobre la religiosidad tradicional y sus huellas en un mundo líquido. Nunca hay respuestas unidireccionales a las dudas, argumentos que no puedan ser refutados… ni rostro en que no se refleje rechazo o desdén hacia la actitud pagada hacia sí mismo del aspirante a escritor. Toda afirmación admite su contraria; toda grandilocuencia, su ridículo.

Como es costumbre, no tiene prisa Nuri Bilge Ceylan en introducirnos en su universo (son tres las horas de metraje y su ritmo, más que pausado), pero en este cineasta la extensión de la película resulta casi un acto de valentía: prácticamente cada escena podría dar lugar a relatos nuevos y aportan datos nunca inocuos sobre los personajes y sobre la propia mirada del director; en este caso sobre esas luchas, individuales y universales, entre el delirio de grandeza y los pozos de los que no brota agua.

 

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