Almas en pena de Inisherin: desesperación de la rutina

10/02/2023

Martin McDonagh. Almas en pena de InisherinLos habitantes de Inisherin, una isla irlandesa poco poblada y de paisajes apabullantes, tienen al principio de los años veinte poco más que hacer que deleitarse contemplándolos, salvo atisbar a lo lejos los humos de una guerra civil que parece suponer solo un trasfondo en sus días de quehaceres agrícolas, taberna y cháchara. En ese contexto, cualquier hecho imprevisto que pueda dar lugar a sesiones de cotilleo es oro y Colm (Brendan Gleeson) se lo brinda en bandeja cuando, sin mediar explicación, decide negar la palabra y la compañía a quien hasta entonces lo tenía por un gran amigo, Pádraic (Colin Farrell).

Descubriremos que ambos tenían muy poco en común (lacónico y con pretensiones culturales Colm, simple y hablador Pádraic), pero también que el personaje de Farrell sentía por su antes compañero una lealtad genuina. Ante la imposibilidad de evitarse en un entorno tan cerrado y la insistencia de Pádraic, las justificaciones llegarán y serán desgarradoras, como siempre o casi en estos casos: el tiempo pasa, se acerca la vejez y Colm, cada vez más consciente, no desea que el resto de su vida quede marcado por la conversación vacía de su vecino; quiere dedicarla -y es para él una necesidad- a construir algo que valga la pena: una música propia que perdure en el futuro. Sus palabras pueden resultarnos tan comprensibles como el mazazo que suponen para el amigo, que ofrece su discurso más brillante cuando, borracho de desesperación, maldice en el bar ese afán de eternidad si se lleva por delante lo que él, en su sencillez, considera más valioso: la amabilidad, un compadreo forjado por los años, solo y nada menos que por ellos.

A partir de este planteamiento inicial de Almas en pena de Inisherin, hubiera podido construirse una tragedia sobre seres frustrados (uno buscando encontrar sentido a sus días, otro pensando que de repente lo han perdido, y un ecosistema de gentes en torno a ellos que oscilan entre caer en la tristeza o tratar de salir adelante), pero tras esta película se encuentra Martin McDonagh, el responsable de Siete psicópatas o Tres anuncios en las afueras, así que era de esperar que el humor negro y cierta violencia asomaran. Lo hacen, y el reto de la obra, y la razón -creemos- por la que hay quien se aleja de ella entre las gotas de sangre por la hierba, es la dificultad de transmitir al espectador lo emocionalmente terrible del rechazo que experimenta Pádraic, a quien se le mueve el suelo bajo los pies, y del deseo de soledad de Colm recurriendo a la carne arrancada, cuya aparición en el filme no es extrema pero sí lo bastante perturbadora para poder desviar la atención respecto a los sentimientos de los dos. No avanzaremos más que lo imprescindible: el músico trata de poner distancia con el que fue su inseparable amigo amenazando con autolesionarse muy crudamente si se le acerca. Si tomamos lo gore como anécdota o desviación, el interés de la trama decae por los caminos de lo extrañísimo; si entendemos ese sello oscuro de McDonagh como manifestación de la angustia de Colm, y la contrapartida incendiaria de Pádraic como símbolo de la suya, su historia no nos expulsará.

Aunque nos lleguen en forma de relatos secundarios, la vida torturada y solitaria del único amigo que le quedará al mismo Pádraic, sin oportunidades para ilusionarse; la de su hermana, rara avis lectora y amable que busca una vía de escape, o la de la fantasmal anciana que anticipa muertes componen un fresco de vecinos de la isla a la altura del drama principal, y el guion nos deja secuencias muy afortunadas, como las divertidas confesiones de los pecados de Colm ante un sacerdote entrometido.

Al margen de los roces y la falta de estímulos entre los que languidecen los días de los de Inisherin -evidentemente, sus penas no tienen que ver solo con la geografía y cada espectador sabrá llevarlas a su terreno-, el director británico plantea una reflexión, entre cruda y ligera, sobre el sentido de nuestras aspiraciones intelectuales, de la búsqueda de trascendencia (no solo en el tiempo) y la dificultad de conjugarlas con ciertas relaciones, sobre todo con quien no comparte esas inquietudes, y con la misma bondad. En este sentido, y salvando distancias, Almas en pena… guarda alguna conexión con Tár, también en cartelera.

 

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