120 pulsaciones por minuto, cine para la urgencia

23/01/2018

120 pulsaciones por minuto. Robin CampilloEn La ciudad solitaria, Olivia Laing repasa la experiencia de la soledad de varios artistas que trabajaron en Nueva York de forma permanente o puntual, autores cuya condición de solos no se debió a una búsqueda personal y voluntaria sino a una timidez que llevaron consigo como una cadena pesada, o a unas circunstancias vitales profundamente complejas o a trastornos de la personalidad que alejan la compañía. Algunos de estos artistas solos comparten, además de personalidades muy ricas, enfermedad: padecieron sida cuando de la  enfermedad no se sabía nada y afrontaron, además del miedo a la muerte, el estigma. Laing recuerda muy bien hasta dónde llegó el abandono social y de sus propios amigos para estos primeros enfermos de VIH que se enfrentaron al fin de sus carreras, al olvido del público y al alejamiento de sus conocidos.

Por la veracidad en la descripción de ese abandono, por más que de esta pandemia se haya escrito largo y tendido, nos ha hecho acordarnos de la obra de Laing (en Capitan Swing) 120 pulsaciones por minuto, el homenaje del director Robin Campillo a los grupos de activistas que, en Francia en los años noventa, presionaron con acciones, más o menos pacíficas, más o menos violentas, a los gobiernos y a las empresas farmacéuticas para que organizarán campañas de prevención e informarán a la población de los riesgos, en el caso de las autoridades, y para que acelerarán los estudios y la salida al mercado de medicamentos para los enfermos en el de las farmacéuticas.

Campillo se ha fijado, en concreto, en la filial francesa de Act Up, quizá la organización más radical a la hora de elevar sus protestas a la sociedad. Con un tono próximo a lo documental que transmite verdad y emoción, introduce al espectador en el ambiente palpitante de las reuniones en las que programaban sus acciones y en la adrenalina y el peligro que respiraban en cada una de ellas, pero también en la intimidad de algunos miembros de este grupo: una pareja homosexual recién surgida que ha de hacer frente a la enfermedad de uno de ellos en su fase terminal. Por eso todo lo que hacen y dicen transmite al espectador urgencia, la radicalidad del que pierde la esperanza y no protesta de oídas sino tras desmayarse. Con todo, uno de los momentos más sensibles de la película lo ofrece el propio enfermo tras considerarse tan responsable de haberse contagiado como la expareja que, veinte años antes, no le informó.

En la película de Campillo, candidata francesa a los Óscar que hoy no ha sido nominada y Gran Premio en el último festival de Cannes, queda muy claro el compromiso y el posicionamiento humano del director, que captura con frescura y mérito los esfuerzos de estos colectivos hace veinte años, pero no se trata de una defensa de estos grupos por oposición a otros: quienes discriminaban a los enfermos desde posturas de superioridad moral o rechazo a la homosexualidad apenas tienen presencia puntual en el filme; los dardos se dirigen a la inacción de los supuestamente concienciados y sobre todo a homenajear la labor de estos colectivos en favor de la prevención y la información.

Se conjuga el enfoque intimista con el respeto al pudor, lo político y lo humano; con todo, el desenlace quizá sea el punto menos natural del conjunto. El metraje es largo, pero siendo una película ante todo de emociones los cortes hubiesen sido amputaciones.

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