Flamenco, donde confluyeron Lorca y Le Corbusier

Una muestra en CentroCentro estudia los nexos del flamenco con la arquitectura y la crítica social

Madrid,
Autor desconocido. Giuseppe Pinot-Gallizio
Autor desconocido. Giuseppe Pinot-Gallizio

Dice Federico García Lorca que paseaba con Manuel de Falla por Granada cuando escucharon cantar una canción: Flores, dejadme / flores, dejadme / que a aquel que tiene una pena / no se la divierte nadie… Esos versos impactaron al poeta, que los rescató en un texto que tituló Arquitectura del cante jondo en el que encontraba vínculos entre el lugar donde vivía el gitano cantor y las construcciones de Le Corbusier, por su sencillez depurada. Merece la pena recuperar un fragmento: Nos asomamos a la ventana y a través de las celosías verdes vimos una habitación blanca, aséptica, sin un cuadro, como una máquina de vivir del arquitecto Corbusier, y en ella dos hombres, uno con la guitarra y el otro con su voz. Tan limpio era el que cantaba que el hombre de la vihuela desviaba suavemente los ojos para no verlo tan desnudo. Y notamos perfectamente que aquella guitarra no era la guitarra que viene en los estuches de pasas y tiene manchas de café con leche, sino la caja litúrgica, la guitarra que sale por las noches cuando nadie la ve y se convierte en agua de manantial. La guitarra hecha con madera de barca griega y crines de mula africana.

Esa asociación de Lorca, que data de los veinte, fue para el artista Pedro G. Romero y la arquitecta María García el punto de partida para desarrollar un estudio más que exhaustivo, casi enciclopédico, en torno al flamenco y sus conexiones culturales, políticas, iconográficas y sociales; un análisis que, mientras despoja esta corriente de clichés, la acerca a hechos históricos y a repertorios visuales que todos conocemos.

Tras varios años de investigación, ese proyecto, titulado “Máquinas de vivir. Flamenco y arquitectura en la ocupación y desocupación de espacios” se despliega desde mañana en toda su amplitud en la primera planta de CentroCentro, en colaboración con la Plataforma Independiente de Estudios Flamencos Modernos y Contemporáneos. Aquí encontraremos representaciones de un flamenco que nos es cercano en sus símbolos y, a la vez, nos sorprende por su diversidad; piezas artísticas, vídeos, libros, documentos y músicas que atienden más al espacio que al tiempo y que componen en su conjunto una cartografía que supera criterios historicistas e identidades cerradas para conectar con propuestas arquitectónicas bañadas de utopía, con los programas de viviendas sociales que en las décadas de los sesenta y los setenta se desarrollaron para atender las necesidades específicas de gitanos e inmigrantes y con las plasmaciones escenográficas en las que los artistas flamencos mostraron implícitamente los nuevos lugares donde habitaban, que a su vez tenían mucho que ver con los nuevos espacios, los nuevos roles, que ocupaban socialmente.

Pinot Gallizio en Alba Cortesía Archivo Gallizio, Turín
Pinot Gallizio en Alba (Italia). Cortesía del Archivo Gallizio, Turín

Atendiendo a los planteamientos de la muestra, que ha tenido como antecedentes diversos seminarios y actuaciones en centros andaluces como UNIA o CICUS, el cambio de paradigma que definió cómo entendemos el flamenco hoy se produjo entre el final de la década de los sesenta y el final de la de los ochenta; época en que esta cultura se repensó y revisó los postulados con los que se había desarrollado desde los treinta. Las convulsiones de mayo del 68 conllevaron cambios en la valoración del nomadismo, los espacios urbanos abandonados y el trabajo milimétricamente reglamentado. Bajo los adoquines también estaba el mar del flamenco.

Tanto el proyecto de estudio como la muestra, formada por más de un millar de obras, se estructuran en tres bloques: el primero plantea las interacciones entre este arte y las prácticas espaciales situacionistas partiendo de trabajos de Pinot-Gallizio, nombrado rey gitano, Asger Jorn, Guy Debord, Constant o Alice Becker-Ho; el segundo examina las relaciones del hecho flamenco, y del pueblo gitano, con los mencionados proyectos de vivienda asistencial de mediados del siglo pasado (se exploran las curiosas y evidentes concomitancias entre casos concretos en el sur de España, el sur de Portugal y el norte de África) y un tercero estudia cómo los cantaores e instrumentistas dieron cuenta de esas transformaciones, externas pero en absoluto banales, tanto en las puestas en escena de sus obras ante el público como en las propias letras; en la forma y el contenido de su música.

En el camino la exposición recupera figuras, melodías y proyectos que nos serán familiares o desconocidos pero que conectan con manifestaciones culturales y arquitectónicas internacionales, demostrando que el flamenco no es una isla, que su carácter original o radical nunca lo han hecho impermeable a los cambios sociales y sobre todo que los espacios donde sus creadores habitan, o donde la música se toca, han jugado un rol clave en su evolución.

El territorio del flamenco es más amplio de lo que creemos, se hunde en lo viejo y brota en lo nuevo y desafía a quienes lo asocian, con carácter excluyente, a lo gitano, lo andaluz o lo subalterno. Tampoco aquí sirven los tópicos a la hora de comprender.

Javier Andrada en "Máquinas de vivir". CentroCentro. Palacio de Cibeles
Javier Andrada en “Máquinas de vivir”. CentroCentro. Palacio de Cibeles

 

“Máquinas de vivir. Flamenco y arquitectura en la ocupación y desocupación de espacios”

CENTROCENTRO. PALACIO DE CIBELES

Plaza de Cibeles, 1

Madrid

Del 20 de octubre al 4 de febrero de 2018

 

 

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