El rebobinador

Arquitectura gótica: apuntes básicos

Hace unas semanas hablábamos en esta sección de las bases de la arquitectura románica y este lunes es momento para la gótica, un término que partió de Vasari a la hora de hablar de la evolución del románico en los tres últimos siglos de la Edad Media y que algunos historiadores consideran inapropiado, porque se debe a que el autor de Las vidas creía que este estilo tenía origen germánico.

La cuestión es que el gótico adquirió una difusión geográfica más amplia que su antecesor, al ser llevado por los cruzados a Oriente, hasta Tierra Santa y Chipre, y por los españoles al otro lado del Atlántico. Cronológicamente comprende desde fines del siglo XII hasta bien entrado el XVI (en Inglaterra pervivió sin evolucionar hasta enlazar con su resurrección romántica en el XIX).

Pese a ser el gótico, como decimos, consecuencia lógica de la evolución del románico, su estética refleja una actitud espiritual y un gusto distintos. El afán de luz hace al arquitecto gótico prescindir del anterior dominio de la masa sobre el vano: el muro llega a perder su función principal de soporte y, como solo sirve de cerramiento, se reemplaza por vidrieras. Los amplísimos ventanales góticos constituyen una clara oposición a las reducidas ventanas o saeteras románicas.

Los arquitectos romanos y bizantinos construyeron edificios no menos altos que muchas catedrales góticas, como las Termas de Caracalla o Santa Sofía, pero, más que a la altura, aspiraban a la monumentalidad: en el gótico lo primero es la elevación, metáfora del ansia divina, y soportes y cubiertas se conciben con ese fin. Las columnas pierden materia y se adelgazan hasta convertirse en finos baquetones, y con ellas las molduras verticales producidas por las aristas de los anteriores pilares cruciformes. Gracias al paralelismo de unos y otros, la mirada se siente impulsada a las alturas y a ellas se subordinan todos los valores formales del gótico.

En el exterior del edificio diversos elementos contribuyen a ese fin y las torres acaban agudas como flechas.

Uno de los pilares del claustro de la Catedral de Burgos
Uno de los pilares angulares del claustro de la Catedral de Burgos, finales del s. XIII

Aunque en este fin de la Edad Media conserva su importancia la arquitectura monástica, impulsada por el surgimiento de las órdenes mendicantes de San Francisco y Santo Domingo, el gótico alcanza su máxima expresión en el centro de las ciudades: en las catedrales, templo entonces de las masas burguesas.

Como en el románico, el germen de la evolución del gótico se halla en la cubierta y las innovaciones son consecuencia de las novedades introducidas en la bóveda. El arco apuntado, ya empleado en el románico borgoñón, ocasiona presiones laterales menores que el semicircular; se le dan distintos nombres según la proporción entre su altura y su luz: de todo punto (sus centros están en los arranques), de tercio punto (dividida su anchura en tres partes, los centros se encuentran en los extremos del tercio central) y de cuarto punto (si, dividida esa anchura en cuatro, se hace centro en los extremos de los dos cuartos interiores).

El arco gótico nació con una capacidad de transformación solo equiparable a la del arco árabe: en el siglo XV se generalizó el apuntado conopial; con posterioridad surge el arco rebajado del tipo carpanel o de tres centros, dos en la línea de impostas y uno muy por debajo de ella; el arco Tudor, típicamente inglés, con cuatro centros, dos en la línea de impostas y dos por debajo, y también se utilizó en vanos secundarios el arco escarzano, que no llega al semicírculo. Propio de la última etapa gótica es el arco mixtilíneo, producido por la introducción de pequeños trozos rectilíneos dentro del arco.

La bóveda de crucería gótica, derivada de la de arista románica, se compone de arcos que se cruzan diagonalmente y constituyen el esqueleto de la bóveda (arcos cruceros u ojivas, formeros y perpiaños o fajones) y de los plementos o paños que, apoyándose en ese esqueleto, cierran la bóveda. Sobre este patrón primario fueron introduciéndose novedades que enriquecieron la traza: al agregarse un nervio que une las claves de dos arcos laterales se crea la bóveda sexpartita y cuando, para subrayar la continuidad de la nave, se dispone un nervio en el sentido del eje de esta, uniendo las claves de todas sus bóvedas, ese nervio se llama combado.

Al trazar por las bisectrices de los ángulos inferiores de cada témpano una pareja de nervios que en su punto de convergencia se unen con otro nervio secundario o ligadura, que desciende de la clave, se obtiene la bóveda de terceletes, de gran valor decorativo.

La transformación de terceletes y nervios intermedios terminó generando bóvedas estrelladas, que se generalizan en el siglo XV.

Bóveda de cruceria de la catedral de Reims, s. XIII
Bóveda de cruceria de la catedral de Reims, siglo XIII

Una consecuencia clara de la multiplicación de nervios secundarios en las bóvedas de crucería s la transformación del pilar. Al multiplicarse sus columnas adosadas para recibir esos nervios, se van haciendo más finas y transformando su sección circular en apuntada. Convertidas en simples baquetones, la sección de estos continúa evolucionando, del mismo modo que desaparece el capitel individual para dar lugar al capitel corrido del pilar. En las basas no se alcanza esa fusión, pero se labran alternativamente a diversa altura.

Arbotantes de la Catedral de Notre Dame, París, siglos XII-XIV
Arbotantes de la Catedral de Notre Dame, París, siglos XII-XIV

La elevación de los templos góticos y el deseo de crear interiores luminosos impide utilizar los estribos propios del románico, por eso los maestros góticos siguen el camino iniciado por los tolosanos cubriendo sus tribunas con la bóveda de cuarto de círculo, que sirve, a la vez, de contrarresto de los empujes de la de cañón de la nave central. Ese equilibrio de fuerzas contrapuestas convierte al monumento gótico en una especie de ser vivo con energías en tensión.

El arquitecto gótico reduce la vieja bóveda románica de cuarto de círculo a un simple arco, el arbotante o botarel, que, apoyado en su parte superior en el arranque de la bóveda de ojiva, conduce su empuje lateral a un estribo situado en el muro de la nave inmediata, sin restar luz al ventanal abierto en el muro de la nave cuya bóveda contrarresta.

Para impedir el desplazamiento del estribo por el empuje del arbotante, sin elevarlo excesivamente en su conjunto, y contribuir a la vez al efecto ascendente general, se le corona con un pináculo, un pilar acabado en forma apiramidada. El arbotante, además, sirve para conducir al exterior, a través de los pináculos, el agua de la lluvia de las bóvedas.

Cuando por la gran altura de la nave se emplean dos arbotantes superpuestos, es el más alto el que desempeña esa función. Las bocas o cañones de desagüe, normalmente decoradas con figuras animadas, son las gárgolas.

En cuanto a las plantas, sus principales novedades se deben al reflejo que tiene en ellas la cubierta. Desaparecen las formas curvas, lo que se hace más patente en la zona de la cabecera. Ábsides, girolas y capillas dejan de ser semicirculares y se hacen poligonales.

En relación con la sección, es frecuente que la nave central se eleve mucho sobre las laterales exteriores. Como los arbotantes hacen innecesarias las bóvedas laterales de contrarresto, que el románico aprovechaba en una segunda planta para la tribuna, esta pierde importancia y queda convertida en una simple galería o triforio que, a veces, continúa exteriormente en la fachada principal.

Los monumentos de carácter civil, domésticos y públicos, adquieren mayor importancia en la Baja Edad Media, pero merecen capítulo aparte.

 

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