El Victoria & Albert regresa a la revolución

Dedica una muestra a la moda, el arte y la política de los sesenta

Londres,
Blow Up, 1966. © MGM / THE KOBAL COLLECTION
Blow Up, 1966. © MGM / THE KOBAL COLLECTION

Unos dicen que desde entonces nada fue igual y otros que fue, como otras, una revolución disfrazada en la que todo pareció cambiar para terminar siendo igual. El Victoria & Albert Museum nos presenta, hasta el 26 de febrero del año que viene, “You Say You Want a Revolution? Records and Rebels 1966-1970”, una amplia muestra que explora el significado y el impacto de las transformaciones propias de la década de los sesenta en lo relativo a la moda, el cine, el diseño y el activismo político.

La exposición, una de las últimas de la etapa de Martin Roth al frente del centro londinense, se estructura en seis secciones, dedicada cada una a un aspecto diferente de la “revolución” sesentera, esa que, fracasase, triunfase o se quedase a medio camino, puso en cuestión algunas creencias sociales dominantes hasta entonces.

“You Say You Want a Revolution?” cuenta no casualmente con una copia original ilustrada de la Utopía de Tomás Moro, que este año cumple cinco siglos, y se inicia con una recreación de la Carnaby Street de 1966, año en que la revista Time se refería al Swinging London para alabar el apogeo de la moda, la fotografía, la música y la creación contemporánea en la capital británica en aquellos años.

Precisamente en aquella calle proliferaban las tiendas de moda dirigidas a una generación joven y pretendidamente rompedora que vestía, por ejemplo, minivestidos Biba, faldas de Mary Quant o chaquetas masculinas de Granny Takes a Trip, prendas presentes en el Victoria & Albert, que ha aprovechado la ocasión para estudiar las conexiones entre las firmas de moda y las galerías de arte, incorporando al proyecto oportunos trabajos de Yoko Ono o Bridget Riley.

También forman parte de la muestra ropas diseñadas por Mick Jagger o Sandie Shaw, que ponen de relieve las extensas implicaciones del pop entonces (podremos escuchar, para acompañar, canciones de The Kinks, Beach Boys y Martha Reeves & the Vandellas). Hablando de Jagger, no faltan tampoco retratos de los Rolling Stones, y también de Michael Caine, Robert Fraser o los hermanos Kray a cargo de David Bailey y Terry O’Neill. Entre los filmes expuestos se han seleccionado Blow Up y Alfie, ambos de ese año maravilloso y demoniaco que fue el 66.

The Souper Dress, 1966
The Souper Dress, 1966

La segunda sección de la exposición se centra en la experimentación propia de la contracultura británica de entonces y los estilos de vida alternativos que comenzaron a manejarse, y en este punto resulta inevitable hablar de drogas, psicodelia, esoterismo y literatura underground. Se sumerge al visitante en una recreación del club UFO, una sala de espectáculos que combinaba la música en vivo con espectáculos de luz y proyecciones de cine de vanguardia. Allí tocó a menudo Pink Floyd y allí también podía comprarse la primera comida macrobiótica a la venta en Gran Bretaña.

Están hoy lejos del underground, pero por su provocativa Lucy in the Sky with Diamonds un capítulo de esta sección es para los Beatles: podremos ver letras escritas a mano, ilustraciones originales de Alan Aldridge o el sitar de George Harrison.

El tercer episodio de “You say you want a revolution” nos lleva a la calle, al recuerdo de protestas pacíficas y disturbios civiles, como los estudiantiles de París en 1968. Veremos sus carteles, imágenes que llenaron medios de comunicación, propaganda y marionetas contrarias a la guerra de Vietnam, loas a Mao, el Che o Martin Luther King y fotografías, literatura y material de archivo vinculado a las peticiones de igualdad para mujeres, negros y homosexuales.

Una cuarta sección está dedicada al auge del consumo, del que dieron cuenta las exposiciones universales de Montreal (1967) y Osaka (1970): decenas de millones de visitantes contemplaron en ellas una amplia muestra de productos de diseño y tecnología de masas, también arquitectura futurista, como la cúpula geodésica de Buckminster Fuller que formó parte del pabellón estadounidense en Montreal.

La quinta hace hincapié en un aspecto casi definitorio de los sesenta: el auge de las comunidades con intereses comunes, el gusto por formar parte de multitudes escuchando una música común, a veces impulsados por una visión utópica de la convivencia. Veremos instrumental o vestuario frecuente en festivales cuyos nombres hoy suenan a mito, como Woodstock, Glastonbury o Wight. Al segundo, celebrado en 1969, acudieron 400.000 personas dispuestas a disfrutar de Jefferson Airplane, The Who, Roger Daltrey o Jimi Hendrix.

Por último, la sexta sección de la muestra tiene un recuerdo para las formas de vida alternativas practicadas por ciertas comunidades residentes en la costa oeste de Estados Unidos que cultivaban el rock psicodélico, la liberación sexual y el rechazo a las instituciones. Otros se mantuvieron en esos intencionados márgenes por otras vías, como los primeros ecologistas o los pioneros de la informática moderna.

En las manos del público queda creer o no si los ideales de la juventud de los sesenta se han materializado, más o menos, y han hecho del mundo un lugar mejor.

 

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