El arte y el espacio: crear lugares y transformarlos

El Guggenheim rememora el libro de artista que crearon Chillida y Heidegger

Bilbao,
Eduardo Chillida. Advice to Space V (Consejo al espacio V), 1993. Museo Guggenheim Bilbao
Eduardo Chillida. Advice to Space V (Consejo al espacio V), 1993. Museo Guggenheim Bilbao

En 1969, del encuentro entre el filósofo Martin Heidegger y el artista Eduardo Chillida nació el libro El arte y el espacio, un ensayo breve (menos de 50 páginas) que en aquel momento solo tuvo una tirada de 150 ejemplares destinados a bibliófilos y que en 2009 reeditó, para todos los bolsillos, Herder. En él, el filósofo y el artista llegaron, desde la teoría y la práctica del arte, a lugares comunes: entendieron que la vía más próxima y evidente de relación entre las obras y el espectador era el espacio, área vital en la que el público se desenvuelve, y dieron fe de la capacidad del artista para crearlo.

Desde hoy y bajo el comisariado de Manuel Cirauqui, el Museo Guggenheim presenta una muestra que comparte título con este ensayo y que reúne un centenar de trabajos fechados en los últimos sesenta años, en su mayoría abstractos, de artistas internacionales. Entre ellos, uno que recientemente se incorporó a los fondos del centro por generosidad de Ernesto Neto: su Burbuja blanca, que podremos ver por primera vez en el Guggenheim en esta exposición. Su propósito es llamar nuestra atención sobre la imbricación profunda entre el arte, los lugares que crea y aquellos en los que se exhibe, las ideas filosóficas a las que esa relación ha dado lugar y también sobre las posibilidades del edificio de Frank Gehry -que este 2017 ha cumplido veinte años– a la hora de dialogar con la creación plástica contemporánea.

Las obras expuestas en “El arte y el espacio” proceden de las colecciones del Guggenheim Bilbao, del resto de museos Guggenheim y de otros fondos internacionales y han sido seleccionadas por poner de relieve cómo el arte puede hacer suyos los espacios donde se muestra y viceversa: cómo el espacio puede transformar profundamente nuestra percepción de las obras, sus volúmenes, su equilibrio y su luz. Heidegger hablaba de obras que “se adueñan del espacio” y de espacios que “atraviesan” las obras.

Son piezas abstractas gran parte de las que integran “El arte y el espacio” porque ha sido esa corriente, entre las propias de la contemporaneidad, la que con mayor fluidez ha hecho del espacio inmaterial su tema fundamental.

Robert Gober. Drain, 1989. S.M.A.K., Gante
Robert Gober. Drain, 1989. S.M.A.K., Gante

Chillida y Oteiza son, como figuras fundamentales de la modernidad vasca con influencia internacional, el punto de partida de una muestra de la que también forman parte proyectos de otros autores que en los sesenta trabajaron en proyectos site-specific o investigaron, sin ese condicionamiento, las posibilidades espaciales, como Fontana, Naum Gabo, Sue Fuller, Anna Maria Maiolino, Matta-Clark, Eva Hesse o Lawrence Weiner. Los estudios sobre el arte y el lugar no arrancaron con ellos (los artistas de las vanguardias de entreguerras abordaron el asunto y también los postconstructivistas en los cincuenta), pero fue en la década siguiente cuando la exploración de la espacialidad alcanzó su máxima expresión, bajo la influencia de hitos como el libro de Chillida y Heidegger, el viaje a la luna, que obsesionaría a Fontana, la película 2001: Una odisea del espacio, que también llegó a salas en 1969, o las Cosmicómicas de Calvino y Especies de espacios de Pérec, esta obra ya del 74.

El desarrollo posterior de la abstracción conllevó la profundización en el sentido del vacío y trajo consigo, a su vez, numerosas propuestas que cuestionaban las esencias del movimiento.

Algunos creadores retomaron sus tendencias constructivista, neoconcreta o minimalista sin encontrarse cómodos bajo la etiqueta de abstractos. En Bilbao podremos ver trabajos de Robert Gober, Irazabal o Waltercio Caldas que, en su conjunción con los espacios, generan prácticamente espejismos; a una Vija Celmins que presenta cielos y océanos donde no tienen cabida ni la escala ni la perspectiva, solo lo inmenso, y una Pizarra del colectivo General Idea que plantea las barreras entre los ready-mades duchampianos y la figuración. También los trabajos de Isa Genzken y Zarin son ejercicios de tensión entre lo que ya existe y encuentran y lo que deciden crear.

Los últimos tiempos digitales han dejado poso igualmente en la abstracción, que ha fluctuado entre el estudio del plano material y los paseos conceptuales. En Bilbao veremos lienzos mutantes de Ángela de la Cruz, apologías a la materialidad con carga crítica de Moulène, recreaciones plásticas de Alyson Shotz de fenómenos científicos invisibles y reflexiones de Agnieszka Kurant sobre el valor artístico y económico del aire que respiramos.

También forman parte de “El arte y el espacio” dos obras fundamentales de Pierre Huygue y Asier Mendizábal: del primero, Guardían del tiempo, sobre las escenografías a las que un muro ha podido dar lugar; del segundo, Agoramaquia, el repaso a los estados de un cuerpo escultórico con Oteiza y su análisis del vacío como punto de partida.

Pierre Huygue. Timekeeper, 2002. Colección Adrastus
Pierre Huygue. Timekeeper, 2002. Colección Adrastus

En relación con el vacío, la expansión de la materia y lo que ocupa y no ocupa lugar, también se exponen trabajos de Julie Mehretu (ahora en la Fundación Botín), Rivane Neuenschwander, Cao Guimarães, Damián Ortega o James Rosenquist.

Si hablamos de espacio, tenemos que hablar también de movimiento. El Guggenheim nos enseña dos obras enfrentadas de Olafur Eliasson que nos orientan y desorientan y dos trabajos de David Lamelas que podemos entender como marcadores temporales: el vídeo titulado Un estudio de las relaciones entre espacio interior y exterior, fechado en el mismo año en que Chillida y Heidegger publicaron El arte y el espacio, y una escultura formada por acero y agua que inició ese mismo año y que no ha dejado de modificar después.

Bruce Nauman. Green Light Corridor, 1970. Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York
Bruce Nauman. Green Light Corridor, 1970. Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York

Una de las máximas más radicales que en ese libro defendía Heidegger era que las cosas no pertenecen a lugares, sino que son lugares en sí mismas. Para ilustrar la idea, en el Guggenheim veremos una escultura-refugio de Cristina Iglesias, El círculo de Bilbao de Richard Long y un lienzo de Lee Ufan donde convergen movimiento físico y vibración mental.

Y tampoco podemos estudiar los lugares sin referirnos a las barreras que separan unos de otros; Chillida evocaba un “rumor de límites” al mencionar el espacio de la escultura. En sus instalaciones, Bruce Nauman planteó cómo los muros y una luz convenida pueden generarnos incomodidad y distorsiones en la percepción de nuestro cuerpo (en Bilbao puede transitarse por su Pasillo de luz verde), los recuadros con los que el expresionista Motherwell delimitaba sus superficies de color remiten a la vieja función del cuadro como ventana al mundo y Peter Halley se sirvió de celdas para poner de relieve cómo nuestro amor por la geometría tiene más implicaciones que las estéticas: le sugiere angustia y claustrofobia, amor por lo cerrado.

La muestra puede verse en las salas de la planta 2 del Guggenheim, pero fuera también: en el atrio y en los exteriores del museo se presentan dos Chillidas y, en el atrio y en los espacios de comunicación de la segunda planta, varios componentes del proyecto de Segio Prego Secuencia de diedros.

Os avanzamos, además, que en enero podréis disfrutar allí de tardes de cine espacial: se proyectarán 2001: Una odisea en el espacio y Space is the Place.

 

“El arte y el espacio”

MUSEO GUGGENHEIM BILBAO

Avenida Abandoibarra, 2

Bilbao

Del 5 de diciembre de 2017 al 15 de abril de 2018

 

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