El Andreas Gursky más enigmático

El Parrish Art Museum muestra sus paisajes

Nueva York,
Andreas Gursky. Engadin I, 1995 © Andreas Gursky, VG BILD-KUNST, Bonn./ ARS, 2015.
Andreas Gursky. Engadin I, 1995 © Andreas Gursky, VG BILD-KUNST, Bonn./ ARS, 2015.

Sus obras han pasado por centros internacionales tan prestigiosos como la Kunsthalle de Zurich, el Centre Pompidou, el MoMA, el Museo Reina Sofía, el ICA londinense, Haus der Kunst o Kunstmuseum Basel, y a comienzos del año 2007 dio la campanada cuando Sotheby´s vendió, por 3,3 millones de dólares, 99 Cent II, Diptych, la fotografía más cara adjudicada en subasta hasta entonces. Pero más allá de cifras y reconocimientos, admiramos a Andreas Gursky por el rigor y la sencillez de sus composiciones, por su elegante tratamiento (a veces digital, desde los noventa) del color y por su continua y fructífera relación con la historia de la pintura.

Tuvo de dónde aprender: fue alumno de Otto Steinert, considerado el inventor de la fotografía subjetiva, en la Folkwangschule de Essen –que el propio Steinert había fundado- y de Bern Becher, durante su periodo clave de formación en la Kunstakademie de Düsseldorf, pero además había trabajado desde joven en el ámbito de la fotografía comercial, pues su familia tenía una empresa dedicada a ella.

Ecos de Becher se hacen presentes en las obras de Gursky dedicadas a edificios industriales abandonados, y en sus trabajos más espontáneos y luminosos no podemos dejar de pensar en la huella de Sternfeld o Stephen Shore.

Dominada por la repetición y en ocasiones por la acumulación de elementos similares en composiciones complejas pese a su estricto orden implícito, la obra de Gursky  confronta el carácter inmenso y sublime de la naturaleza con las dimensiones, mínimas por comparación, de lo humano, pese a nuestro intento por alterar los roles transformando topografías. Lo apreciamos especialmente en sus numerosas imágenes de paisajes de montaña, de agua (cataratas) o de vistas de carreteras, como Klausenpass (1984); Seilbahn, Dolomiten (1987); Aletschgletscher (Aletsch glaciar) (1993); Niagara Falls (1989) o Autobahn, Bremen (1991).

Muchos han entablado nexos entre Friedrich y el fotógrafo, afirmando que ambos poseen una voluntad de evaluar el cisma entre el ideal de la tierra como una creación divina y la realidad del impacto de la actividad humana.

A estas fotografías de naturaleza, a gran formato y tomadas desde una óptica tan desapasionada como de vocación trascendental, se dedica especialmente la muestra “Andreas Gursky: Landscapes”, que abrió ayer el Parrish Art Museum de Nueva York y que permanecerá abierta hasta el 18 de octubre.

Son fruto de la observación detallada y de un punto de vista omnisciente y envuelven al espectador en juego de minuciosidad, cromatismo y majestuosidad natural que a veces acentúa, como dijimos, mediante procedimientos informáticos.

La exposición consta de paisajes, cascadas y también de imágenes de arquitectura fechadas a lo largo de tres décadas; en estas últimas, el artista alemán incidió en la presencia constante de la globalización en nuestra forma de vida y en las posibilidades de la geometría en el ámbito de la fotografía. Especialmente célebres son  su almacén de automóviles al aire libre en Salerno (1990), las mesas de trabajo de los operarios de una fábrica que retrató en Siemens, Karlsruhe (1991); los coches esperando para embarcar en un ferry de Genoa (1991); los millares de libros en las estanterías de Bibliothek (1999) o los productos alineados en las estanterías de un supermercado de 99 cent (1999). Ya en Prada I (1996) nos había mostrado un expositor de zapatos de una tienda conforme a una visión construida por ordenador, pues Gursky encuentra en la informática el modo de trabajar con la libertad de un pintor.

Se trata de construcciones evidentemente salidas de la mano del hombre, pero no hay en ellas presencia humana que pueda narrar una historia, individualizar los espacios: lo seriado y el comportamiento social estandarizado son alusiones fundamentales en la producción de Gursky, uno de los grandes fotógrafos alemanes contemporáneos. Los puntos de vista elevados son una de sus herramientas para indicar que, en sus palabras, no solo estamos viviendo en cierto edificio o en un determinado lugar, sino en un planeta que está viajando a una velocidad enorme por del universo.

Muchos de los trabajos que pueden verse en el Parrish Museum no se habían mostrado anteriormente en Estados Unidos.

 

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