Campano, de la figuración a la abstracción

La Galería Fernández-Braso muestra sus pinturas de los ochenta

Madrid,

Miguel Ángel Campano. Sin título, 1985

Los ochenta fueron años de efervescencia en el campo de la pintura en España: este medio recuperó su papel casi hegemónico en el ámbito artístico de la mano de artistas que lo abordaban desde la figuración, desde la abstracción, o frecuentemente debatiéndose entre ambos modelos. Uno de ellos fue Miguel Ángel Campano, y en su obra de aquella década esa dualidad se hizo patente de forma clara.

No debemos entender que aquel retorno a la pintura de los ochenta supuso un regreso a un orden más clásico, como respuesta al afán experimental propio de los setenta, entre otras razones porque este medio no había sido entonces abandonado del todo, aunque los intereses y fines con que se emplease fueran distintos a los acostumbrados hasta los sesenta.

Los artistas ligados a la Nueva Figuración Madrileña fueron decisivos a la hora de construir una pintura igualmente nueva con un marcado carácter lúdico, bajo la influencia del Pop Art y de las propuestas experimentales del Informalismo y el arte conceptual; también de los grandes formatos propios del expresionismo abstracto americano y de la espontaneidad del movimiento Supports-surfaces. Sus creaciones, también las de Campano, fueron libres y vigorosas, expresivas y coloristas y reafirmaron ante todo la noción de arte como creación autónoma e independiente respecto a fines políticos y sociales. Junto a otras manifestaciones culturales, aquel nuevo arte respondía así a una naciente nueva sociedad.

Miguel Ángel Campano. Sin título, 1988Desde mañana y hasta el 4 de junio, la Galería Fernández-Braso de Madrid repasa algunos de los temas que este artista madrileño cultivó en los ochenta, sus aportaciones a aquella renovación de la pintura, y el viraje hacia una reducción de las tonalidades y una gran simplificación de las formas a comienzos de la década de los noventa.

Miguel Ángel Campano. Sin título, 1993Las piezas expuestas se fechan entre 1984 y 1993, y también nos permiten comprobar cómo, a lo largo de esa década escasa, Campano fue consolidando un lenguaje gestual personal que ha mantenido a lo largo de su trayectoria y que es clave en la coherencia del conjunto de su obra.

Además de la tensión entre figuración y abstracción, otro de sus sellos distintivos es el diálogo y el contraste entre superficies “llenas” y vacías.

Encontraremos bodegones, paisajes pintados al natural, ejercicios de deconstrucción pictórica que remiten al cubismo y a Cézanne como su antecedente (Campano ha visitado su estudio en Aix-en-Provence y realizado numerosas acuarelas de la montaña de Santa Victoria) y abstracciones, las de los noventa, que evocan el suprematismo de Malévich y que podemos entender como el envés de reconstrucción de sus pinturas deconstruídas de influencia cubista.

Las figuras principales de sus trabajos anteriores quedan, en las úlltimas pinturas, sintetizadas en blanco y negro sobre fondos de esos mismos tonos. Aunque siempre hay matices; decía para Combarro: Esos cuadros nunca son puramente blancos, siempre hay matices y  precisamente esos matices sólo es posible conseguirlos de manera espontánea si estás tapando algo subyacente. Se ven a través del blanco las capas que encierra.

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