Ansel Adams, un mapa de las miradas

Boston exhibe sus paisajes y los de sus inpiradores y seguidores

Boston,

A él le debemos algunas de las imágenes más reconocibles de los parques nacionales de Yosemite y Yellowstone, Sierra Nevada y el suroeste de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX: Ansel Adams nos dejó un legado visual icónico que hoy, 34 años después de su muerte, continúa inspirando y provocando.

Ahora el Museo de Bellas Artes de Boston ha querido dedicarle una exhibición, “Ansel Adams in Our Time”, en la que explora precisamente esa influencia que el fotógrafo ha ejercido sobre artistas actuales y también la obra de las figuras que a él le inspiraron: esta muestra se concibe como diálogo dual hacia delante y hacia atrás.

Mientras perfilaba, foto a foto, su mirada personal, Adams conoció la obra de sus precursores que, en el siglo XIX, se embarcaron en expediciones fotográficas a menudo por encargos gubernamentales, como Carleton Watkins, Eadweard Muybridge, Timothy O’Sullivan y Frank Jay Haynes, y recientemente son Mark Klett, Trevor Paglen, Catherine Opie, Abelardo Morell, Victoria Sambunaris y Binh Danh quienes han revisitado las temáticas que trató o los lugares que pisó a la hora de abordar, muy a menudo, asuntos con claras implicaciones medioambientales, como las repercusiones de la sequía, el fuego, la expansión urbana y la producción de energía o la pervivencia de la actividad minera.

Esta exposición de Boston consta de dos centenares de fotografías: la mitad de ellas corresponden a Adams y pertenecen al propio museo (a la colección Lane, que el centro recibió en donación y que cuenta también con 2.500 imágenes de Edward Weston y con 350 obras más de Adams); el resto son fotografías de autores del siglo XIX o actuales y han sido prestadas por diversas instituciones y coleccionistas públicos y privados.

Ansel Adams. The Tetons and Snake River, Grand Teton National Park, Wyoming, 1942. The Lane Collection. © The Ansel Adams Publishing Rights Trust
Ansel Adams. The Tetons and Snake River, Grand Teton National Park, Wyoming, 1942. The Lane Collection. © The Ansel Adams Publishing Rights Trust
Ansel Adams, Pine Forest in Snow, Yosemite National Park, hacia 1932. The Lane Collection. © The Ansel Adams Publishing Rights Trust
Ansel Adams. Pine Forest in Snow, Yosemite National Park, hacia 1932. The Lane Collection. © The Ansel Adams Publishing Rights Trust

“Ansel Adams in Our Time” se estructura en ocho secciones, conforme un criterio temático y cronológico a la par. Por eso comienza por el principio: por el inicio de la trayectoria como fotógrafo de Adams, que desde su obra temprana mostró una fascinación profunda por el parque nacional de Yosemite, en su California natal. Lo visitó por primera vez con catorce años, llevando con él una cámara Kodak Box Brownie que le había regalado su padre, y no dejó de acercarse allí año a año, durante el resto de su vida. Fijándose en su naturaleza perfeccionó sus dotes fotográficas en lo técnico, pero fue más allá: también llegó a reconocer, en su juventud, el poder de la imagen para expresar emoción y significado.

Quienes hoy piensan en Yosemite seguramente recuerdan, de forma automática, las fotografías de Adams de sus picos de granito, ríos y cascadas, pero, claro, él no fue el primero en llegar con su cámara hasta allí. No ocultó su deuda con Carleton Watkins, que en la década de 1860 comenzó a realizar imágenes panorámicas de este valle con un enorme e incómodo aparato y con frágiles negativos de placa de vidrio. Su trabajo contribuyó, en buena medida, a que los estadounidenses del este conocieran los más inexplorados paisajes del oeste; el de Adams ha cumplido otra función: la de invitar a plantearnos la sostenibilidad de la naturaleza virgen. Y son Mark Klett y Byron Wolfe quienes han tomado el testigo, analizando con tecnologías punteras las fotografías de Yosemite de Watkins y de Adams para documentar los cambios que el paisaje experimentó en el siglo transcurrido entre unas y otras y el impacto de la acción humana.

En 1919, cuando tenía 17 años, Adams se unió al Sierra Club, una organización que programaba visitas a enclaves naturales como las montañas de Sierra Nevada. A ese paisaje le dedicó entonces diversos álbumes, animando a sus compañeros de excursiones a pedirle copias. Ese ingenio precoz fructificó en 1927, el año en que realizó su primer experimento de impresión personalizada, secuenciación y distribución de fotografías a partir de sus imágenes de las Sierras Altas; dieciséis de las dieciocho que formaron parte del proyecto pueden verse en Boston, incluido el icónico Monolith – The Face of Half Dome. Podemos considerar que en estas obras conectan los avances en técnica y comercialización de los que pudo gozar Adams con la fuerza visual del hallazgo de sus predecesores, aunque conviene recordar que, ya en el siglo XIX, había surgido una intensa red de compra y distribución de imágenes del oeste, atendiendo a un turismo creciente.

Además, fotografías del valle de Yosemite a cargo de Muybridge -interesado por más asuntos que el movimiento- circulaban a través de tarjetas estereoscópicas que permitían la visión tridimensional. Tanto hipnotizan esos paisajes que, como él y como Adams, no pocos fotógrafos siguen trabajando en sus captaciones casi escénicas, a menudo en series: es el caso de Matthew Brandt, Sharon Harper y Mark Rudewel, cuya producción parece responder tanto a esa tradición anterior de difusión masiva de fotografías de este tipo como a la contemporánea atención por el efecto, del tiempo y de la sociedad, sobre la naturaleza cambiante del paisaje americano.

Una de las secciones de la exposición se dedica por entero a San Francisco, la ciudad donde nació Adams. Sus transformaciones durante medio siglo, sobre todo su reconstrucción tras el terremoto y el devastador fuego que sufrió en 1906 y a raíz de la construcción de los primeros rascacielos, las veremos documentadas en visiones panorámicas de Eadweard Muybridge y Mark Klett, separadas por 113 años. Entre ellos quedan, cronológicamente, las fotografías de Adams, que en las décadas de 1920 y 1930 experimentó en las calles de su ciudad con una cámara de gran formato, queriendo alcanzar la mayor profundidad de campo posible y enfoques extremadamente nítidos.

Durante la Gran Depresión, su abanico temático se amplió: fotografió la desafiente realidad urbana de San Francisco, la demolición de sus edificios abandonados, el derribo de las lápidas de los cementerios y, en definitiva, la lucha por la supervivencia de una ciudad. También una de las primeras señales de esperanza durante la crisis: la construcción del Golden Gate, en 1933, muy cerca de su casa. A este puente le ha dedicó también parte de su trabajo Richard Misrach, que entre 1997 y 2000 lo fotografió, también con una cámara de gran formato y siempre desde la misma ubicación pero en diversas estaciones y momentos del día. Tanto en él como en Adams apreciamos un gran interés por las nubes y los espacios infinitos.

Del suroeste de Estados Unidos -y a ál se dedica otro apartado de la exposición-, Adams apreciaba la luz, sus tormentas repentinas y su mezcla de culturas. Poco después de visitar por vez primera Nuevo México, en 1927, colaboró con Mary Hunter Austin con una docena de fotos para su libro Taos Pueblo, fijándose en la arquitectura y las gentes de la zona y también en la difícil pervivencia de su arte y sus costumbres ante el turismo y una población que crecía. En contraste con los pueblos indígenas de Yosemite, quienes habían sido expulsados ​​de sus tierras nativas muchos años antes, los habitantes de los poblados de Nuevo México aún residían en las aldeas de sus antepasados y Adams quiso fotografiar, lo hizo muy a menudo, sus comunidades, sobre todo sus reuniones, bailes y disfraces. Actualmente, algunos artistas de origen indígena, como el fotógrafo Will Wilson, trabajan analizando los presupuestos visuales de aquellos fotógrafos blancos que acudían a estos lugares para documentar su idiosincrasia como si fuera una rareza.

La sección más amplia de la exposición examina el rol fundamental de la fotografía en la historia de los parques nacionales estadounidenses. En el siglo XIX, los trabajos de Watkins y otros tuvieron mucho que ver en que las autoridades tomaran medidas para proteger Yosemite y Yellowstone de la industrialización, y Adams también era bien consciente del poder de la imagen a la hora de fomentar la protección de la naturaleza. En 1941, Harold Ickes, secretario del Interior, le contrató para que realizara una serie de gran formato de los parques de Estados Unidos destinada a un edificio gubernamental. La financiación de esta obra se vio interrumpida cuando el país se involucró en la II Guerra Mundial y las fotografías no llegaron a realizarse, pero Adams estaba tan ilusionado con trabajar en ellas que buscó apoyo económico por su cuenta. Y lo logró: lo apoyó la Fundación Guggenheim entre 1946 y 1948, lo que le permitió viajar de Alaska a Texas, de Maine a Hawai, realizando fotos que aunaban poderío estético y compromiso medioambiental y que reafirmaron su creencia de que era posible servirse de la cámara para transmitir al público la importancia de la sostenibilidad.

Como Adams, los citados Catherine Opie, Arno Rafael Minkkinen, Binh Danh y Abelardo Morell también han trabajado en los parques nacionales, en su caso adoptando enfoques más personales y políticos.

Abelardo Morell, Tent-Camera Image on Ground: View of Mount Moran and the Snake River from Oxbow Bend, Grand Teton National Park, Wyoming, 2011. Cortesía de Edwynn Houk Gallery
Abelardo Morell. Tent-Camera Image on Ground: View of Mount Moran and the Snake River from Oxbow Bend, Grand Teton National Park, Wyoming, 2011. Cortesía de Edwynn Houk Gallery

Aquel trabajo desarrollado en colaboración con la Fundación Guggenheim, se encuentra entre los más populares de Adams; menos conocidas son sus visiones de los áridos paisajes del Valle de la Muerte y el Valle Owens, al sur de California. Este último había sido tierra verde, de cultivo, pero su agua terminó empleándose para abastecer la ciudad de Los Ángeles. Quien introdujo al artista en la riqueza de estos paisajes no fue otro que Weston: allí fotografió buena parte de sus dunas de arena y salinas. En 1943, Adams viajó también a Manzanar, donde dedicó una serie a los japoneses llegados a Estados Unidos confinados en campos de internamiento en la II Guerra Mundial.

Entre los fotógrafos actuales que, como Adams, continúan buscando paisajes remotos y vírgenes podemos citar a Trevor Paglen, Stephen Tourlentes y David Benjamin Sherry: algunos quieren dejar su sello en ellos, otros simplemente lo hacen atraídos por su potencial como tema o por la natural belleza de territorios desolados que a veces cobijan lugares y colectivos inquietantes, como prisiones de máxima seguridad o grupos paramilitares clandestinos.

Las dos últimas secciones de la exposición se centran en la vertiente activista de la producción de Adams, examinando los cambios que han tenido lugar en los paisajes que fotografió a raíz del crecimiento de las ciudades, la construcción de autopistas, las prospecciones petrolíferas, la despoblación rural, los incendios… o los grafitis. Huelga de decir que, cambio climático mediante, este es el aspecto de su fotografía más observado por autores de hoy como Laura McPhee, Victoria Sambunaris, Mitch Epstein, Meghann Riepenhoff, Bryan Schutmaat y Lucas Foglia, cuyas imágenes suponen un llamamiento, a todos, sobre la necesidad de protección de los recursos naturales.

Laura McPhee, Midsummer (Lupine and Fireweed), 2008. © Laura McPhee
Laura McPhee. Midsummer (Lupine and Fireweed), 2008. © Laura McPhee

 

 

“Ansel Adams in Our Time”

MUSEUM OF FINE ARTS, BOSTON

465 Huntington Avenue

Boston

Del 13 de diciembre de 2018 al 24 de febrero de 2019

 

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