Los tiempos modernos de Tetsuya Ishida

El Museo Reina Sofía reúne en el Palacio de Velázquez sus retratos angustiosos de la vida contemporánea

Madrid,

En la novela Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé, escrita casi veinte años después de la II Guerra Mundial pero a rebufo de su terrible impacto sobre la sociedad japonesa (y del nacimiento del hijo del autor con hidrocefalia), asistíamos al relato inquietantísimo del nacimiento y primera vida de un niño con una terrible deformidad en la cabeza, destinado al estado vegetativo. La criatura de Oé, que amén de nacer enferma, era percibida ya como una amenaza para la libertad de su padre antes de llegar al mundo, adquirió el valor de metáfora del calado de los traumas dejados por Hiroshima y Nagashaki: un cuerpo-agonía que genera una fatalidad de la que hay que protegerse.

Un amigo muy cercano a Tetsuya Ishida no cita a Oé entre las lecturas habituales de este artista (sí a Abe, Dazai, Akutagawa, Dostoievski o Daniel Keyes), ni sitúa la literatura entre sus temas de conversación habituales, pero es inevitable acordarse de ese novelista y de Kafka al contemplar sus jóvenes alienados e híbridos: hombres-máquina, que lo representan a él y a todos y que tampoco cuesta considerar emblemas de nuestro tiempo por más que estén realizados en los noventa.

Tetsuya Ishida. Búsqueda, 2001
Tetsuya Ishida. Búsqueda, 2001

En muy pocas ocasiones (en la Bienal de Venecia y en el Asian Art Museum de San Francisco) ha podido verse fuera de Japón la obra de este autor, que en su país es hoy un artista de culto y que falleció en 2005, con apenas 32 años. Buscador de la originalidad y amante sincero del arte outsider, desdeñó cualquier incursión en lo publicitario y lo complaciente (renegaba de Murakami o Yayoi Kusama) y nos ha legado imágenes que, además de representar nuestra era, la iniciada con la caída del muro de Berlín y la invención de Internet, son síntoma y visión de futuro.

El Museo Reina Sofía presenta ahora su primera muestra europea, en el Palacio de Velázquez, y su director, Manuel Borja-Villel, ha apuntado contextualizando los trabajos de Ishida, figurativos, inquietantes y tan brillantes como negros, que el pintor perteneció a una generación perdida entre dos formas de estar en el mundo: el Karōshi (el trabajo permanente, la sobredosis laboral que conduce literalmente a la muerte) y el hikikomori (el aislamiento absoluto de quien, a menudo a causa de esa presión social por la producción constante, decide recluirse y restringir su contacto social a la Red y su anonimato).

Tetsuya Ishida. Retirado, 1998
Tetsuya Ishida. Retirado, 1998

En cualquier caso, las obras de Ishida están pobladas por jóvenes que tienen su rostro pero que representan multitudes (“Autorretrato de otro”, se llama esta exposición) y que han perdido su identidad, diluida en la de sus empresas, y también toda relación auténtica, sensorial, con los demás: no encontramos hombres en relación con otros o con su entorno, sino tipos que son exclusivamente parte embrutecida y alienada de un engranaje mecánico en el que no cabe la disidencia, una contemporánea dictadura sin fronteras cuyos soldados son todos los que se autoexplotan con voluntariedad discutible; de esto ha escrito Byung-Chul Han.

El único personaje que encontramos en estas obras, multiplicado o convertido en máquina o ser híbrido hasta desvanecerse, no es sino un producto atrapado en espacios imposibles. Lo que hay en estas pinturas, o no, de distopia queda a juicio del espectador.

Tetsuya Ishida. Retirado, 1998
Tetsuya Ishida. Repostar comida, 1996

El drama cotidiano o inconsciente lo transmitió Ishida desde un realismo frío y sirviéndonos dosis mayores o menores de una ironía que remite a la cultura pop, al manga o al anime. También maneja el japonés una melancolía no paralizante y su mirada logra provocar la empatía del espectador, que no ha de recrearse en el dolor pero sí sentirse apelado. Es posible igualmente extraer lecturas del hecho de que este autor, nacido en 1973, trabajara únicamente en el medio pictórico y en su estudio, dejando a un lado instalaciones o propuestas ambientales: su “anacronismo” puede constituir una toma de posición en nuestro tiempo tecnológico.

La comisaria de la muestra, Teresa Velázquez, ha encontrado en estos rostros repetidamente iguales, entre lo inexpresivo por inerte y lo doliente, la cara perpetua de la crisis del capitalismo tardío y de los anónimos que se saben sin futuro; sujetos que viven por y para la productividad, la eficiencia y la competitividad, dado que el trabajo en nuestros días no requiere ocho horas diarias, sino dosis de nuestro propio ser.

Padecen, estos individuos que ocasionalmente se quejan y penan de rodillas con sus brazos-herramienta, la experiencia contemporánea de vivir permanentemente a la carrera, víctimas, no solo de sus labores invasivas, también de un consumo que usurpa porciones crecientes de nuestro ocio.

Tetsuya Ishida. Invernadero, 2003
Tetsuya Ishida. Invernadero, 2003

La vertiente narrativa de estas obras deviene en denuncia, aunque no encontremos asomo de compromiso político: Ishida apunta a nuestra incapacidad, quizá en el camino de lo patológico, de conectar con lo que no sean los propios dispositivos y de escapar a la apatía.

Una y otra vez, ese autorretrato global del artista parece incapaz de revertir su desgracia: la pérdida de vibración humana, la orfandad afectiva y la soledad; nadie mira aquí a nadie ni puede comunicarse, sumido como esta ese individuo-masa en realidades pequeñas y anodinas.

Aunque cualquier recorrido sea válido en esta muestra, sí se da una cierta evolución hacia los estados angustiosos de la existencia contemporánea de un lado a otro (izquierda a derecha) del Palacio de Velázquez: el que fue adolescente ansioso y desorientado, larva que trata de escapar sin éxito de su aislamiento, acaba convertido en adulto confinado en su puesto de trabajo, pura simbiosis él y su oficina.

Tetsuya Ishida. Bajo el paraguas del presidente de la Compañía, 1996
Tetsuya Ishida. Bajo el paraguas del presidente de la Compañía, 1996

 

Tetsuya Ishida. “Autorretrato de otro”

PALACIO DE VELÁZQUEZ

Parque del Retiro

Madrid

Del 11 de abril al 8 de septiembre de 2019

 

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