El otro lado de Henri Michaux

El Museo Guggenheim recuerda cómo abordó la psicología humana y la palabra

Bilbao,
Henri Michaux. Sin título, 1981. Colección particular © Archives Henri Michaux, VEGAP, Bilbao, 2018
Henri Michaux. Sin título, 1981. Colección particular. © Archives Henri Michaux, VEGAP, Bilbao, 2018

En 1984, cuando murió Henri Michaux, muchos medios subrayaron, cándidos ellos, que las dos décadas anteriores el artista y poeta de origen belga había escapado a lo que ya entonces llamaban la dictadura de la imagen negándose a ser fotografiado, a conceder entrevistas y a revelar cualquier detalle de su vida personal. Ese secretismo, y su amor por la soledad y la independencia, no impidieron, sin embargo, que se convirtiera en una figura influyente para muchos artistas y poetas, sobre todo en Francia, donde desarrolló fundamentalmente su obra (se nacionalizó en 1954).

Tanto su obra literaria como la plástica fueron desconcertantes y cosecharon, por igual, elogios encendidos (como los de Francis Bacon o André Gidé) y críticas muy negativas (las de Marcel Raymond), pero en lo que nadie tuvo duda fue en que una y otra respondían estrictamente a su subjetividad: la primera fuente de indagación e inspiración de Michaux fue su interior.

Centrándonos en su pintura, hay que subrayar que, aunque ilustró desde una época temprana, no fue hasta los años cuarenta (él había nacido en 1899) cuando decidió compaginar por completo esa actividad con las letras, siendo el aldabonazo para ello un viaje a Japón y también un grave accidente que su esposa padeció en un incendio. En realidad, es un esfuerzo baldío disociar en su trayectoria el pincel y la escritura, porque en ambos medios desarrolló intereses semejantes conforme a procesos parecidos, de hecho la tinta y el papel fueron sus primeras herramientas pictóricas. Confesó Michaux haberse instruido en un ambiente de cultura verbal y pintar para “desacondicionarse”.

La droga, la pintura oriental y los ideogramas japoneses y chinos son presencias habituales en su obra plástica, también lo onírico, la violencia, la pesadilla y el sarcasmo.

Desde el día 2 de febrero, el Guggenheim bilbaíno repasa seis décadas de trabajo del artista, serie a serie y etapa a etapa, a partir de dos centenares de pinturas, documentos y objetos que estudian su tratamiento de tres asuntos fundamentales: la figura humana, la psique desequilibrada y el alfabeto, y, en paralelo, su continuo interés por la música, la etnografía y las ciencias.

En la muestra “El otro lado”, comisariada por Manuel Cirauqui, veremos selecciones de sus frottages y fondos negros, los dibujos mescalínicos y los movimientos, así como piezas nunca expuestas al público.

Si, como decíamos, la tinta y el papel constituyeron su vía de entrada a la pintura -también la acuarela; el óleo y el acrílico llegaron mucho después- fue por su propensión a la fluidez y a ceder espacio a lo accidental, a lo que pudiera desbordarse: al azar. Y la búsqueda de este último, del ascetismo y de la práctica artística sistemática explican también su relación con las sustancias alucinógenas: quería Michaux conocer desde la propia experiencia cómo se pinta desde el otro lado, desde la otra conciencia, y dejarse sorprender por los resultados.

Corría 1955 cuando llevó a cabo su primer experimento con mescalina, sustancia extraída de los cactus mexicanos llamados peyotes, y no dejó de explorar sus efectos creativos en los cinco años siguientes, tanto en dibujos plenos de arborescencias y surcos como en obras literarias: Miserable milagro y El infinito turbulento.

Desde la absoluta independencia de la que, como decíamos, hizo gala, explicó que no deseaba por ello convertirse en emblema underground y que el único movimiento del que aceptaría formar parte sería el fantasmismo: la búsqueda y representación de apariciones espectrales. Por eso encontraremos en el Guggenheim obras pobladas de series inmateriales, retratos imaginarios que parecen salir al encuentro del espectador desde submundos por los que solo unos pocos han transitado.

Los acompañan caligrafías de ecos orientales a las que es inútil buscar sonidos y significados; signos que él definía como poéticos y que son gestuales e impulsivos, rítmicos y vitales. Conforman una literatura personal y abstracta, tan íntima que solo podrá acercarse a ella quien no la contemple como desafío.

Henri Michaux. Sin título, 1981. Colección particular. © Henri Michaux, VEGAP, Bilbao, 2018
Henri Michaux. Sin título, 1981. Colección particular. © Henri Michaux, VEGAP, Bilbao, 2018

 

“Henri Michaux. El otro lado”

MUSEO GUGGENHEIM BILBAO

Avenida Abandoibarra, 2

Bilbao

Del 2 de febrero al 13 de mayo de 2018

 

 

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