Chagall en los años diez: un mundo nuevo

El Museo Guggenheim Bilbao repasa sus inicios

Bilbao,

Marc Chagall nació en 1887 en Vitebsk y se formó en varias escuelas de San Petersburgo, pero fue a partir de 1911, el año en que se estableció en París, cuando gestó el estilo al que se mantendría fiel a lo largo de sus cinco décadas de trayectoria, un sello pictórico expresivo y colorista capaz ya entonces de cautivar a públicos de todas las edades. Sus fuentes de inspiración, a las que también guardó coherencia desde aquellos comienzos, fueron sus propias experiencias vitales y las tradiciones populares y religiosas de la comunidad judía rusa en la que creció; tras instalarse en Francia, las abordaría desde la influencia distante de la vanguardia: del cubismo, el orfismo y el fauvismo (sobre todo de Pablo Picasso, Robert y Sonia Delaunay y Jacques Lipchitz) y también de la obra de poetas y escritores como Breton, Malraux, Cendrars o Apollinaire, a quienes conoció bien.

El Museo Guggenheim de Bilbao abre hoy al público “Chagall. Los años decisivos 1911-1919”, una exposición organizada junto a Kunstmuseum Basel y comisariada por Lucía Agirre en la que se estudian las raíces de las motivaciones y los temas que cultivó, los orígenes de su lirismo, de su atención al cromatismo vivo y a la luz o de su amor por la poesía, la literatura y las tradiciones populares.

La muestra cuenta con cerca de ochenta pinturas y dibujos tan sencillos y legibles en su composición como complejos en sus interpretaciones y contextos. El planteamiento de Agirre insiste en la importancia que su aldea natal adquirió en su producción y en la repercusión en su obra de las atmósferas familiares que conoció en su infancia o de la creación tradicional rusa, y paulatinamente nos acerca a la irrupción en su trabajo de la vanguardia.

Cuenta con obras sobre papel que elaboró Chagall antes de abandonar Rusia, dedicadas a ese entorno cercano y ya vivamente coloristas, como Mi prometida con guantes negros o El barrendero y el aguador, y con sus primeros experimentos parisinos con formas abstractas y geométricas, con el dinamismo y las posibilidades estéticas de plasmar sus sueños y visiones. El mencionado Guillaume Apollinaire, que sería prácticamente su valedor en Francia, calificaría estos trabajos como sobrenaturales, para muchos son, también, precursores del surrealismo.

Obviamente, los ismos dejaron su huella en las pinturas del ruso, pero él nunca renunció a representar su universo propio desde su óptica individual, así que se mantuvo a una distancia prudente de todos ellos; interesándose por sus avances pero sin dejarse atrapar por aquella aparente búsqueda sin frenos de la ruptura y la modernidad. Decía que el arte le parecía, ante todo, un estado del alma, así que la investigación continua no entraba en sus planes. En su biografía Mi vida confesó que impresionismo y cubismo eran extraños para él.

De aquellos inicios en París, en Bilbao veremos La habitación amarilla, Yo y mi aldea, estampas grupales como El vendedor de ganado o retratos como El poeta Mazin, y también una deliciosa vista urbana de la ciudad que realizó desde su estudio en La Ruche intercalando recuerdos de Vitebsk.

Chagall. La habitación amarilla, 1911. Fondation Beyeler, Riehen/Basel, Colección Ernst y Hildy Beyeler Foto: Robert Bayer © Marc Chagall, Vegap, Bilbao 2018
Chagall. La habitación amarilla, 1911. Fondation Beyeler, Riehen/Basel, Colección Ernst y Hildy Beyeler. Foto: Robert Bayer © Marc Chagall, Vegap, Bilbao 2018

Una de las pinturas más interesantes entre las que forman parte de “Los años decisivos”, por simbolizar lo que París supuso para Chagall y por su aparente escasa relación con el resto de su producción, es Homenaje a Apollinaire, de 1913. El germen de la composición es una representación del nacimiento de Adán y Eva en un solo cuerpo, origen del mundo, y a sus pies aparecen, rodeando un corazón negro, los nombres de Riciotto Canudo, periodista italiano considerado iniciador de la teoría del cine; Herwarth Walden, un galerista alemán, Cendrars y Apollinaire. Todos ellos pertenecían al círculo de amistades más próximo al pintor. Walden, de hecho, invitó a Chagall a presentar una muestra individual en su sala en Berlín, su primera gran monográfica, y las pinturas, dibujos, gouaches y acuarelas que allí se expusieron impactaron a los expresionistas alemanes.

Chagall. Homenaje a Apollinaire, 1913. Van Abbemuseum, Eindhoven Foto: Peter Cox, Eindhoven, Países Bajos © Marc Chagall, Vegap, Bilbao 2018
Chagall. Homenaje a Apollinaire, 1913. Van Abbemuseum, Eindhoven. Foto: Peter Cox, Eindhoven, Países Bajos © Marc Chagall, Vegap, Bilbao 2018

Quizá sea su vivencia de las dos Guerras Mundiales y de la Revolución de 1917 –acontecimientos que trastocaron, no solo su vida en lo práctico, sino también sus ambiciones creativas, debilitando su tenaz fe en el ser humano– la que le llevó a creer que el mundo interior podía y debía ser más real que el de la apariencia e imponerse al visible, y decidió lanzarse a representarlo, celebrando la alegría o el amor cuando a su alrededor escaseaban y buscando belleza incluso en la tragedia.

De hecho, la irrupción de la Gran Guerra sorprendió a Chagall en Rusia, adonde había regresado desde París para acudir a la boda de su hermana, y le obligó a quedarse allí durante ocho años, un periodo que el artista dedicó a buscar sus propias esencias, a terminar de encontrar su estilo. En su obra de entonces predominan, a causa de ese confinamiento y de esa búsqueda interior, los autorretratos, las representaciones de su familia y su comunidad en instantes cotidianos y también los dibujos sobre las consecuencias de la guerra y sobre la Rusia surgida de la Revolución.

Chagall. El cumpleaños, 1915. The Museum of Modern Art, Nueva York. © Marc Chagall, Vegap, Bilbao 2018
Chagall. El cumpleaños, 1915. The Museum of Modern Art, Nueva York. © Marc Chagall, Vegap, Bilbao 2018

Del impacto de la contienda en la sensibilidad del artista dan fe en el Guggenheim las obras de 1914 Soldados, La partida a la guerra o El soldado herido; de su cotidianeidad en aquellos años, el muy contenido, en formas y colores, retrato de su hermana Maryasenka, Liozna o La barbería. En la misma época, sin embargo, también tuvo tiempo y ánimo de pintar el amor: la relación que entonces mantenía con Bella Rosenfeld inspiró Amantes en azul y El cumpleaños.

En aquel periodo de reclusión rusa obligada, una etapa en la que los judíos estaban siendo deportados en su país acusados de colaborar con el zarismo, Chagall decidió también rendir su personal homenaje a su identidad y costumbres de la infancia. En el Guggenheim podemos ver reunidos los mal llamados Cuatro grandes rabinos (tres de ellos forman parte de la colección de Kunstmuseum Basel y el último lo atesora el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo). El artista los calificó como documentos, porque, a diferencia de su costumbre parisina de pintar a partir de sus recuerdos, los llevó a cabo inspirándose en personajes y objetos de su entorno. Muy cerca de ellos podemos contemplar dos obras muy semejantes, tituladas El Rabino, pero su cercanía es engañosa: media una década entre ellas.

Hubo quien, permaneciendo Chagall en Rusia sin dar demasiadas noticias, lo dio por muerto. Fue el caso de su galerista alemán, que vendió sin su permiso a coleccionistas privados parte de las obras que el autor de La novia había depositado en su sala, Der Sturm. Tanto sentiría el pintor perderlas que algunas decidió reproducirlas: fue el caso de Judío en blanco y negro.

También pintó por encargo: la Sociedad Judía para el desarrollo de las artes, de la que él mismo formó parte, financió sus murales para una escuela secundaria (los dibujos preparatorios se muestran en Bilbao), sus ilustraciones para libros en yidish, como El Mago de Peretz, y sus decorados en el Teatro Estatal Judío moscovita.

Su labor en aquella Sociedad lo conduciría hacia derroteros no meramente artísticos; llegó a trabajar Chagall en el ámbito que hoy llamamos gestión cultural: desde 1918, fue Comisario de las Artes en su ciudad natal y allí mismo creó la Escuela del Pueblo del Arte, a la que invitaría a Malévich y El Lissitzky. Pero, claro, donde hay gestión hay diferencias, y en 1920 el pintor abandonó tanto esta escuela como Vitebsk.

Después llegaron más metáforas, moradores de sus obras reales o imaginarios, renovados ejemplos de una poesía muy particular. En una de las biografías de la familia Thyssen, el Barón recuerda: Una vez le pregunté a Chagall por qué siempre pintaba vacas tocando el violín en los cielos de sus pinturas. Chagall simplemente me respondió que había crecido en el campo y, por lo tanto, siempre había estado rodeado de vacas. Por eso siempre que podía pintaba vacas en el cielo. En los años diez está el origen de aquellas vacas.

Chagall. Fresas o Bella e Ida en la mesa, 1916. Colección particular Foto © Ewald Graber © Marc Chagall, Vegap, Bilbao 2018
Chagall. Fresas o Bella e Ida en la mesa, 1916. Colección particular. Foto © Ewald Graber © Marc Chagall, Vegap, Bilbao 2018

 

“Chagall. Los años decisivos, 1911-1919”

MUSEO GUGGENHEIM BILBAO

Avenida Abandoibarra, 2

Bilbao

Del 1 de junio al 2 de septiembre de 2018

 

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